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sábado, 26 de octubre de 2013

Lisandro Meza - Lejanía

Lisandro Meza



EL PIÑAL.
El Piñal, que suena a tierra de piñas y de jugos, era una población próspera y pacífica, que se abría paso entre los caseríos más famosos del país. El periodista Jaime Vides Feria (de ancestros en esas tierras) que transitó su calle larga cual la carretera en la infancia, recuerda la época del Médico de El Piñal, aquel hombre sabio que como El Indio Manuel María, curaba con vegetales. 

¿Quién no escuchó hablar de él? ¿Quién no tuvo a algún pariente curado por él? El hombre era un cotizado botánico, cuya fama cruzó las fronteras y llegó hasta Venezuela, desde donde arribaban buses cargados de pasajeros, que se hospedaban durante días en El Piñal, cazando una fecha en el complicado calendario de El Brujo. El Piñal se convirtió en un sitio de turismo, en que las casas se fueron convirtiendo en hoteles improvisados para atender a los pacientes, mientras esperaban su turno. El brujo sabía del sufrimiento de sus pacientes con sólo verlos parados en el quicio de la puerta del consultorio, pero luego les olía sus orines, para evitar no ser creíble su magia. Hay testigos y casos de personas vivas que dan fe de haber sido curados de males y desahucio. Cuando Lisandro Meza transitó esa calle que siempre ha sido el pueblo, El Piñal era una localidad próspera y vivible, agradable. Vides y Meza recuerdan que las cosas empezaron a dañarse, para el pueblo y para El Médico del Piñal, cuando al botánico le salió competencia. Un día el secretario de toda la vida abrió su propio negocio de consultas. Con el tiempo hubo tres brujos distintos y uno solo verdadero. La competencia le daba trabajo a los niños, que eran contratados por los brujos de menos experiencia en la labor de sanar. La táctica consistía en estar alerta en la carretera (que es el pueblo mismo) para agarrar a quienes llegaban de todas partes del mundo en busca de sanación y cuando preguntaban por el Médico de El Piñal los niños tomaban las maletas y los llevaban a casa del brujo que los contrataba, que en la mayoría de las veces eran los de menos sapiencia. El negocio así se fue dañando, pues el verdadero médico se fue quedando sin pacientes y los clientes fueron mermando para todos, pues los aprendices empezaron a quedarle mal a los enfermos, que ya no se curaban como antes, ni tampoco les acertaban en su diagnóstico. Los pacientes insatisfechos no regresaron y fueron regando la mala fama. Los brujos del Piñal se volvieron tramposos y la situación se volvió tan complicada que el verdadero emigró, muriendo años después en una tierra lejana, solitario, abandonado y sin pacientes. Dicen que murió del corazón y del olvido en el corregimiento de Atillo. Dicen que su mujer era una señora que él había curado de males imposibles, pero que también terminó dejándole. El negocio se acabó para los brujos y para los habitantes. El movimiento de “Turistas” se fugó, los negocios empezaron a vender poco y El Piñal pasó de moda.

LOS ANCESTROS.
Lisandro Meza Márquez, hoy tanto o más famoso que aquel recordado Médico de El Piñal, nació el 24 de diciembre de 1939 y alcanzó a vivir algunos años de aquella felicidad de los pobladores. Había nacido en medio de la música de sus ancestros. Rosa Barreto, su abuela, una mujer morena, alta y agraciada, tenía una bien ganada fama comarcal de ser una excelente cantadora de bullerengues y pajaritos. Era una eximia bailadora de cumbias. Cantaba versos, era la Emilia Herrera de El Piñal. Sus tíos Nica y Pribilerto Márquez, eran músicos, tambreros. Sus amigos eran músicos. El ambiente brotaba música, porque hasta los objetos que hoy son motivo de reciclaje y en algunas partes solo para la maldad de los niños, eran motivo musical. Hasta las piedras del camino se musicalizaban. La música estaba allí, en la sangre y en la naturaleza, de modo que se necesitaba sólo de un líder, que la sacara de la trilla. Las influencias estaban en el ambiente. Las bandas de vientos llegaban al pueblo a animar las fiestas populares y la música se esparcía graciosa por todos los patios comunes sin necesidad de pedir permiso. Los Márquez eran de por allí mismo y de Morroa y Los Meza de San Andrés, un pueblo cercano a Córdoba, Bolívar. De allá era su papá, Raimundo Meza. Su madre, Victoria Márquez de Meza, era piñalera.

Lisandro Meza fue el cuarto en una familia de ocho hermanos. En su orden: Regina Esther, Porfidio, Manuel, Lisandro, Luis, Hernando, Gladys y Jorge, éste último acordeonero radicado en Estados Unidos. Mélida Díaz, su madrina, que era de Los Palmitos, entonces corregimiento de Corozal, le impartió las primeras letras, hasta un día, a los 14 años, cuando su padre se lo llevó para El Difícil, Magdalena, donde tenía una finca de su propiedad, denominada La Armenia. Su padre era aserrador de madera y tenía una cuadrilla de 150 hombres. Lisandro cocinaba, vigilaba el rancho y acompañaba a su padre, quien le tenía gran confianza, pues el niño, con gran personalidad, “le cuidaba sus intereses”. Se quedaba en el rancho mientras el padre se iba con los peones a los aserraderos. Hasta ese momento, Lisandro no había tenido contacto directo con lo que sería su modus vivendi, con el instrumento con el que jamás se separaría y con el que recorrería el camino de la fama. Hacia el siglo XIX, en Ovejas había gaiteros, pero también habían acordeoneros, como Genaro Villamil. Joaquín Pizarro Mutis (quien murió en 1.903) de ascendencia cubana, llevaba tabaco al exterior y traía toda suerte de cacharros. Cuentan que en uno de esos viajes a Alemania trajo un acordeón. Era el año 1850. Sin embargo, si no es por Pedro Socarrás, uno de los peones de Raimundo, Lisandro no se encuentra con el acordeón y eso que Ovejas está un poquito más allá de las curvas de El Piñal, a unos kilómetros. Pedro era un acordeonero de San Angel, Magdalena, que combinaba los oficios propagandísticos de Francisco El Hombre con los jornaleos que se le presentasen. Había llegado a la finca con un acordeoncito de dos teclados, en una maleta pequeña. Cuando se iba al aserradero el acordeón quedaba en el rancho, hasta que Lisandro Meza se inventó una llave ganzúa y lo sacaba de contrabando. Con ella ensayaba sones que le nacían de improviso y cuando calculaba que los peones podrían regresar, lo guardaba. Así duró semanas, hasta que tuvo que ser descubierto, pues se regó en La Armenia que en el rancho había una especie de empautamiento, pues mientras Socarrás aserraba, el acordeón se escuchaba en el rancho, tocando sola. La hija de Amaranto, tema de Alejo Durán, la Cumbia Cienaguera de Luis E. Martínez y Altos del Rosario, también de Alejo, se empezaron a escuchar por los montes y a despertar sentimientos entre los campesinos. Había un empautamiento con el Diablo, que se desvirtuaría sólo un 24 de diciembre, cuando todos estuvieron juntos y no hubo tiempo para el arrepentimiento.

40 AÑOS DE ACORDEON.
Han pasado 40 años desde que se descubrió el contrabando musical que Lisandro hacía en el acordeón de Socarrás. Ahora “El Rey sin coronas” está en la tierra que más quiere, Los Palmitos, recordando aquella historia, 40 años y un día después de sucedida, repleto de éxitos y anécdotas.¿Cómo lo descubrieron? Fácil. Esa noche del 24 de diciembre de 1959, contando con 15 años, Raimundo Meza hizo una recepción campestre a sus peones, con el acordeón de Socarrás, quien se emborrachó temprano y el instrumento quedó tirado, sin alma, sin vida. Lisandro no tomaba aún, pero su padre le daba uno que otro traguito para que no se durmiera. Paradójico, Socarrás se durmió de mucho beber y Lisandro seguía despierto, con el ojo pendiente en el acordeón, bebiendo traguitos alterados. El acordeón había quedado en una cama, abandonado, pero Lisandro, que no le había perdido rastro, lo tomó en sus manos y sin vacilar le dijo a Edy, su primo, que cogiera la guacharaca, que iban a tocar. ¡Estarás loco!, fue la respuesta. Para probarle que si tocaba, Lisandro le interpretó “La hija de Amaranto”, que era la que estaba de moda y Edy no tuvo más remedio que seguirlo, se entusiasmó, lo veía y lo volvía a mirar, sin creer todavía, pero lo seguía con la guacharaca... y con la mirada... Lisandro tocaba y con la mirada seguía la reacción de su padre, temeroso de que lo regañara. Y Cabarcas, el cajero, quien también dormitaba, levantó cabeza y se sumó al conjunto. Al finalizar la pieza, todos lloraban, incluido el padre... ¡Ajá! ¿Y éste en qué tiempo aprendió a tocá?

La respuesta estaba en el fantasma que tocaba el acordeón de Socarrás en el rancho, meses antes. Vino una, dos, tres canciones y la parranda se volvió a cuajar hasta la madrugada. Socarrás podía seguir durmiendo, pues Lisandro se sabía el disco de moda y con este bastaba para amanecer. Pero Socarrás despertó y Lisandro al sentirse descubierto que era el fantasma del rancho, volvió a llorar, esperando ser reprendido, pero la reacción del viejo acordeonero fue correr a abrazarlo y apoyarlo en su gesta. Ese otro día, apenas amaneció, como regalo bueno de Pascuas y Navidades, el viejo Raimundo Meza ordenó a un hermano, Pribilerto Márquez, viajar a Plato, Magdalena, donde los turcos, para que comprara un acordeón a Lisandro. Fue el segundo acordeón en caer en sus manos, el primero propio. El 25 de diciembre de 1959 Lisandro tuvo su mejor regalo de aguinaldo navideño, pues antes había recibido sólo una morrocoyita y unas bolas de béisbol. Le hubiese gustado conservarlo, pero una vez, viajando en una chalupa desde Magangué, Magdalena arriba hacia Tacamocho, Bolívar, la embarcación zozobró y el acordeón también. Murió ahogada.

ALEJO DURAN EN EL CAMINO.
Alejo Durán, ese que venía abriéndose camino en la fama, contagiando con su estilo acompasado a los valores nuevos, llegó cuando Lisandro empezaba a estudiar su bachillerato en el Liceo Magangué, hasta donde había sido enviado por su padre “para que fuera un doctor”. Meza sólo demoró 8 meses en colegio, porque cuando se encontró con el maestro, su amor por el acordeón se le despertó, entonces se convirtió en su guacharaquero, acompañándolo en varias corredurías por pueblos y veredas. No sólo le aprendió ese sentimiento que se debe llevar cuando se toca un acordeón, sino la caballerosidad. En esas giras le fue tan bien, que Nafer, hermano mayor de Alejo, le regaló un acordeón. Sus padres se molestaron por el abandono del colegio, pero ya la decisión estaba tomada. En esas andaba, tocando en las corralejas de pueblo, cuando fue llamado por los hermanos Carlos y Roberto Román, quienes integraban el grupo “Los Vallenatos del Magdalena”, con los hermanos Anibal y Juan Velázquez. Los Velázquez salieron de discusión con los Román y se abrieron. A los ocho meses de andar con los Román, en donde reemplazó a Aníbal, grabó su primer disco. Era el año 1957, o sea que tenía 18 años. Recuerda que grabaron temas como “La aroma de las flores”, “Los cuatro ases de basto”, y “Adiós Dolores” (primera guaracha grabada en acordeón). La guaracha provenía de Cuba, pero jamás había sido tocada en acordeón. Lisandro dice que Juan Velásquez, tuvo que ver mucho, en el toque de la caja, cambiando el sabor de bongó, para interpretar este ritmo guapachoso, que identifica a Anibal Velázquez. Después de “Adiós Dolores”, Anibal Velázquez grabó el bocachico

"En los sitios de los buses donde cogen pasajero hay un dicho callejero ya se lo voy a decir" (bis). Así decían aquellos versos de Aníbal Velázquez con los que se dio inicio o se continuó uno de los estilos más celebrados de la música de acordeón, con la que se tomarían los Carnavales de Barranquilla. Fue un estilo que pasó de moda, pero que marcó toda una época, iniciado por Lisandro Meza y continuado por Aníbal Velázquez. Con sus primeros éxitos, Lisandro Meza fue invitado por una firma de gaseosas (Postobón) para promocionar la Kolcana, una bebida que iba a la par de la guaracha. La gira promocional lo trajo a su tierra Los Palmitos, donde le pasó algo gracioso. La propaganda en vivo consistía en que el presentador le entregaba una Kolcana al músico, éste se la bebía y le daba el concepto. Lisandro, ante una plaza a reventar, se bebió de un solo tirón la gaseosa. El locutor, inmediatamente, le preguntó: ¿Ajá, Lisandro y a qué le supo? Quizás para hacerse el gracioso con el pueblo, Lisandro respondió: “Me supo a jarabe de totumo”. La salida despertó aplausos del público, pero no de los directivos de la gaseosa, que le suspendieron el contrato.

LA NIÑA LUZ, UN AMOR DE PRIMERA VISTA.
Fueron los días en que una hermosa mujer, Luz María Domínguez le hacía sombra, se enamoraron y después se casaron. Lisandro recuerda que enfrente de la casa de los Padres de La Niña Luz, vivían otras muchachas y él se acercaba a mirarlas, pero por despiste, pues su interés era por ella.“Yo me iba donde ellas, pero miraba la que vivía en la casa del frente, que era la Niña Luz”, refiere. De ella le gustaba su figura, su manera de ser y cree que estaban destinados el uno para el otro. Por eso cree que a la vida se viene con el camino trazado. “Esta va a ser tu mujer, esta tu vida... y así”. Se casaron en 1957 y hasta ahora no han tenido un sí ni un no. Meza dice que el amor es ciego, pero que aquella vez pasó una muchacha y la miró. Su patrón de conducta ha sido Cristo y supo que como artista necesitaba una buena mujer, “porque no es fácil mantenerse”. La vida de corredurías lo ha mantenido casi siempre alejado de la familia, por ello aprovecha cualquier descanso para estar con los suyos, en algún lugar del mundo, pero si es en Los Palmitos, mejor. Tiene siete hijos y algunos de ellos los conoció cuando ya gateaban, o sea que no le ha sido tan fácil escalar la cima.

LOS CORRALEROS DE MAJAGUAL.
Hacia 1961 habían nacido en los alrededores de La Plaza de Majagual, los artistas más celebrados del país, pero Lisandro no había albergado la posibilidad de integrarse a ellos. Sin embargo, hacia 1966, Alfredo Gutiérrez se separa del grupo y lo llaman a él. Cuando Antonio Fuentes lo llama a conformar el grupo era como si le hubiese correspondido reemplazar al técnico de la Selección Brasil de Fútbol. “Sin embargo, yo sólo llegue a aportar algo, mis ideas”, recuerda Meza. Pensó en un estilo más internacional, que superara las barreras de la costa y del país. “Yo le cambié el estilo a Los Corraleros, pasando de las jocosidades y los trabalenguas famosísimos a una propuesta más rumbera”, dice, sin tapujos, Lisandro Meza. Para ello pidió los músicos que requería. Un bajista, un timbalero, una tumbadora, un güiro, etc. Las cosas se fueron dando en medio de la exceptitud de algunos. Se fueron a los estudios de Fuentes de Medellín a ensayar los nuevos formatos. Allí Lisandro Meza observó que Fruko era el muchacho que cargaba y limpiaba los micrófonos en los estudios. Esa vez no asistió a prácticas la persona encargada de interpretar el timbal y Lisandro lo invitó a que lo tocara y de allí el hombre empezó en el conjunto. Allí empezó a cambiar el viejo Tingo Tingo que Tingo al Tango por “Suéltala pa' que se defienda”. Nombres como Jhon Mario Londoño y Chelo Cáceres, le ayudaron en aquella maqueta que debía ser presentada como nuevo proyecto a don Toño Fuentes. “No había bajo eléctrico, entonces metimos una guitarra”, recuerda Meza, para hablar de aquel ensayo en la búsqueda de la modernización. Sin duda había opositores a lo que quería Lisandro Meza, pues no era fácil, ni reemplazar a Alfredo ni hacer algo novedoso que siquiera alcanzara los éxitos anteriores. Uno de los incrédulos era Chico Cervantes, uno de los cantantes, quien al reunirse a escuchar la propuesta, en plenos estudios dijo: “Vamos a ver que fue lo que nos trajo Bethoven”. Entre los opositores también estaba José María Fuentes, invitado a la reunión de presentación. “Cuando empecé con "suéltala pa' que se defienda" y noté que el viejo Fuentes movía su pie, vi que le estaba gustando”. Siguió el hijo que también aprobó y empezó a marcar el ritmo con el pie. “Lo oigo bueno, pero no son Los Corraleros”, sentenció Antonio, tras apobar la maqueta. El LP salió a la semana con rotundo éxito, entonces Fuentes contrató a Tony Zúñiga, quien se unió al grupo. Se fueron de giras por el mundo y hacia 1978, cuando se retiró del grupo, habían grabado 41 discos. En ese año, tras dejar a Los Corraleros de Majagual, monta su propio grupo, Lisandro Meza y Los Hijos de La Niña Luz, nombre que surgió de un empresario, que llegó a Los Palmitos a buscarlo y como no lo encontró dijo “Bueno, si no está Lisandro me llevo a los hijos de la Niña Luz”. Con esta agrupación ha grabado 107 discos de larga duración. En 1980 creó un cumbión denominado Las Tapas, con el que ganó uno de los tres congos de Oro de los Carnavales de Barranquilla.

LO DE VALLEDUPAR.
Desde 1969, a raíz de su derrota en el Festival Vallenato de Valledupar, Lisandro Meza fue denominado como “EL Rey Sin Corona”. La final fue con el consagrado Nicolás Elías "Colacho" Mendoza, que si bien es cierto es uno de los más grandes acordeoneros de estilo vallenato, en la época no era famoso ni tenía temas suyos pegados. Más bien su bulla era porque interpretaba música de Rafael Escalona. En cambio, Lisandro tenía varios éxitos sabaneros, como una puya denominada Upa ja', Vallenato Canta vallenato y Me mata mi Maye. En aquel Festival, todos los asistentes coreaban sus canciones y como a Andrés Landero, no les dieron el primer lugar. No regresó más al Festival. Aquella derrota no lo opacó. Lisandro Meza tiene el récord de mayor asistencia de público en Holiwood, con 10,300 espectadores, en el palacio de la música, en 1971. La máxima asistencia era de 9700 espectadores. Además, durante 12 años acaparó el 60 por ciento de los triunfos en la Feria de Cali, donde sigue siendo un ídolo. En Perú, Ecuador y México, Meza es un ídolo. Vende más música que el monstruo Diomedes Díaz. En El Perú fue secuestrado por una multitud, que lo mantuvo dos días, y en exigencia pedían la presencia del Gobernador de una provincia. Meza fue intermediario para arreglar el problema de una comunidad sin agua. Lo tuvieron que sacar con 12 policías, en helicóptero. Entre los aportes que Lisandro le hizo a la modernización de la música colombiana, muy en especial a la de acordeón, figura el introducir el bajo electrónico, la creación de El Cumbión. El cumbión se diferencía de la cumbia porque tiene dos golpes más.

ANÉCDOTA.
Una de las anécdotas más sonadas de este gran músico fue la famosa vez que a Alfredo se le dio por tocar el himno de Venezuela en acordeón. “Yo fui puesto preso primero que Alfredo, sin estar en la caseta”, dice Lisandro. La situación fue muy difícil, porque el jefe de la Policía Venezolana los iba colocando en fila india y les daban planazos en las nalgas. Los Policías llegaron al hotel y apresaron a todos los colombianos que allí estaban, en represalia, incluido Chane, su hijo, que era un niño. Meza estuvo a punto de matarse con un guarda, que intentó pegarle al niño. Lo más jocoso fue que Alfredo, una vez fueron deportados en un avión, se asomó en una ventanilla y tras hacerle mofa a los venezolanos, les gritó:“Tienen una facteda' con ese himno, que más bien se parece a un porro”.

Fuente: Internet.






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