La Música Tropical: Patrimonio cultural intangible de la humanidad


La Música Tropical: Nuestro Patrimonio Músico-Cultural

domingo, 20 de abril de 2014

Isaac Villanueva


Isaac Villanueva Mendoza

Por la abundancia de su obra artística, por lo que le representó a la industria discográfica de su país, por la cooperación que le brindó a diversos cantantes y agrupaciones, y por su indiscutida calidad humana, Isaac Villanueva es merecedor de un sitial de honor en la historia musical de Colombia.

Prestigiosos artistas del exterior, como el ya fallecido puertorriqueño Tite Curet Alonso, el venezolano Memo Morales, las cubanas Celina González y Albita Rodríguez, y el dominicano Johnny Ventura, han dicho que Villanueva es un eficaz relator de la cultura colombiana a través de sus canciones.

Me identifico con esa afirmación. La obra musical de Isaac Villanueva es la mejor prueba. Sus canciones, ¡más de 700!, están a la luz de los ojos y a la sonoridad de los oídos como fieles testimonios de la verdad.

Sin embargo, ningún organismo estatal le ha dado un reconocimiento con todas las de la ley a este hombre que por más de 35 años no ha hecho otra cosa distinta a la de generar y fomentar la alegría.

Sus largos años de servicio a la Industria Discos Fuentes, donde se desempeñó como ejecutivo de ventas, compositor insigne, director artístico y gerente regional, fueron una coyuntura para darle vía libre a su vocación de melómano sin remedio. Por ello asegura, a boca llena, que nunca ha trabajado, que jamás podrá darle el calificativo de trabajo a lo que hizo y sigue haciendo con tanto entusiasmo y pasión, y que le representa la tranquilidad de un cómodo vivir.

La mayoría de sus canciones grabadas fueron convertidas en éxito en las voces de destacados intérpretes colombianos, entre los que sobresalen Joe Arroyo, Lucho Pérez, Gustavo Quintero, Juancho Polo Valencia y Alcides Díaz; el venezolano Pastor López; los dominicanos Wilfrido Vargas y Raulín Rosendo y otros más. 

Y de los numerosos galardones que ha obtenido puede exhibir, con orgullo, el Disco de Platino que recibió en México por las millonarias ventas, en ese país, de su tema Maruja, interpretado por el desaparecido Lucho Argaín con la Sonora Dinamita:

"Maruja, tú tienes que comprender/ que yo no nací para una mujer (Bis)
Si los mandamientos dicen/ que al hombre le tocan siete/ y yo apenas tengo tres/ y entonces por qué te enfureces/ y entonces por qué te enfureces.
Coro: Maruja, tú tienes que comprender/ que yo no nací para otra mujer (Bis)."

Es su canción más vendida. Fue grabada a comienzos de los ochenta y, a la fecha, ha superado los tres millones de copias. Ha sido difundida en México, parte de Centroamérica, Nueva York, y el sur de España.

No obstante, el tema suyo que más significación personal tiene para él es El ausente, una salsa que compuso a comienzos de 1972 durante una larga gira laboral, de dos meses, que incluyó Puerto Rico, Miami y Nueva York. Viajó en representación de Discos Fuentes con el propósito de comprar música del exterior para su empresa, y no tuvo tiempo de comunicarse con su esposa Aura Patiño. Ella le reclamó el prolongado silencio. En respuesta, Isaac le entregó esa canción, cedida a Fruko y sus Tesos, con la vocal de Álvaro José Arroyo, mejor conocido como Joe Arroyo:

"Por qué es que te resientes/ si apenas he llegado/ sabes que estaba ausente/ y mi amor no ha cambiado/ he vuelto, lleno de cariño/ y con ansias de amarte y quererte más."

Fue el primer éxito de Joe Arroyo, en ese entonces un joven vocalista cartagenero al que Isaac Villanueva había recomendado de manera especial para ingresar a la banda de Fruko. Los conocedores de música aseguran que El ausente es un tema de los bravos de la salsa colombiana.

¿Qué fue lo que más le impresionó de Joe Arroyo cuando tuvo la oportunidad de conocerlo?
—Varias cosas: su alegría para cantar, su estampa de artista innato, el timbre de su voz, su swing… Lo conocí en 1972, durante una presentación que hizo en el Suri Salcedo con La Protesta. Yo me encontraba con mi cuñado Leonidas Rodríguez, y le dije: “Ese muchacho posee clase. Quiero llevármelo a Medellín para que grabe con Discos Fuentes”. En ese entonces, Fruko estaba en los preparativos de un nuevo long play, y tenía ciertas diferencias con ‘Piper Pimienta’ Díaz, su vocalista principal. Intuí que Joe se acomodaba a las características del grupo. Terminada su actuación, me le acerqué, me le presenté y le hice saber mis intenciones. “Por mí, encantado —me respondió el muchacho—. Pero debe pedirle permiso al señor Leandro Boiga, director de La Protesta”. Así lo hice y conseguí la aprobación. Un mes después, Joe Arroyo estaba ensayando en Medellín con unas pistas de Fruko y sus Tesos. No tuvo problemas para entrar al grupo y convertirse en el cantante estelar. Sus primeras interpretaciones fueron La cara del payaso, canción original de Nelson y sus Estrellas, y Julia, de El Gran Combo de Puerto Rico. Sin embargo, el primer éxito que obtuvo, en su era en Discos Fuentes, fue El ausente. "El comienzo original de la canción era Aura, Isaac nunca te olvida, pero Joe la cambió por: Adela, el Joe, nunca te olvida… en homenaje a su primera esposa." Otros temas escritos por mí, grabados por Joe, con Fruko, fueron El árbol, La vi partir, Los Patulecos, El cocinero mayor y otros que se me escapan de la memoria. En verdad, haber recomendado a Joe Arroyo para que grabara en Fuentes ha sido uno de los grandes aciertos que he tenido en mi carrera profesional.

Además de Maruja y El ausente, ¿qué otras canciones están entre sus afectos?
—Coquetona, interpretada por Lucho Argaín con la Sonora Dinamita. En Colombia y España fue acogida con locura. Otra canción de mis afectos es Lo mío es mío, en la voz de Juan Piña; Las bonitas no son fieles, cantada por Pastor López; Vení, vení, vocalizada primero por Juancho Polo Valencia y después por Diomedes Díaz, y una de hace más de 40 años: Golfo de Morrosquillo, interpretada por Crescencio Camacho con Pedro Laza y sus Pelayeros. Con algunas letras mías han sucedido cosas extrañas: han pegado en otros países sin haber llegado a sonar en Colombia, como por ejemplo Bota la bata, que me la impuso el dominicano Wilfrido Vargas en Nueva York y República Dominicana, y La guayaba, que Raulín Rosendo convirtió en éxito en su país y en España. Pero la obra mía que ha llegado a escucharse en el mundo entero es El pescador de Barú, una cumbia grabada por Los Warahuaco. La versión que hizo ese conjunto de Cartago, Valle, fue incluida en la película Peligro inminente, protagonizada por Harrison Ford: "El pescador de Barú/ se refugió en Cartagena/ amalaya, amalaya/ está triste en la playa, el pescador de Barú…" Ahora, si me preguntan cuál es mi mejor canción de todas, me declaro desde ya impedido para emitir cualquier concepto.

¿Cuál considera su intérprete ideal?
—Tengo tres: Lucho Argaín, que me grabó 70 canciones en México, con la Sonora Dinamita; Crescencio Camacho, quien popularizó mis primeros temas, bien fuera con Pedro Laza y sus Pelayeros o con Manuel Villanueva, y, por supuesto, Joe Arroyo.

Una extensa obra que no podremos olvidar

Acechada en forma permanente por la amenaza del olvido, la memoria humana mantiene ubicado a Isaac Villanueva en un sitio de privilegio del que es muy difícil que sea desplazado. El cúmulo de sus canciones le otorga un protagonismo sonoro que a diario desafía la indetenible marcha del tiempo. Esto nos impulsa a sentenciar que las generaciones futuras se podrán olvidar de él, mas no de sus composiciones.

“Lo que este hombre ha hecho por la música colombiana le garantiza, desde ya, la admiración perenne de su generación”, me dijo Gerson Roa, presidente de la Asociación Círculo de Amigos de la Música de Ayer, Cirdamayer, mientras hojeaba distraídamente el voluminoso libro que condensa la rica trayectoria de Discos Fuentes.

Es común escuchar los nombres de José Barros, Jorge Villamil, José A. Morales y Calixto Ochoa cuando se hace mención de los compositores más prolíficos de este país. Creo que a ese grupo hay que adicionar el nombre de Isaac Villanueva, el quinto de los ocho hijos que tuvieron Marcelino Villanueva González y Hercila Ramona Mendoza Ripoll.

Cuéntenos un poco de usted, de su familia…
—Nací el 25 de octubre de 1938 en Piojó, un humilde municipio del departamento del Atlántico, en el norte de Colombia. En aquellos tiempos, Piojó, al igual que la mayoría de los pueblos pequeños de la costa Caribe, carecía de fluido eléctrico, de acueducto y de una carretera óptima por la cual transitar.

Fuimos ocho hermanos: cinco hombres y tres mujeres. Con mucho sacrificio, todos estudiamos. Los primeros cinco años de mi infancia los viví en Piojó. De esos primeros años conservo el recuerdo más antiguo de mi existencia: ver a mi padre ensayando con su trombón, en la puerta de nuestra casa. Esa imagen en la penumbra permanece imborrable en mi mente. Yo diría que me señaló el camino que debía seguir. Mi viejo formó parte de la Banda Municipal 13 de Junio de Piojó. También vivimos dos años en Molinero, un corregimiento, sin agua y sin luz, perteneciente a Sabanalarga. Después, mi familia se mudó a Barranquilla cuando yo cumplí los siete años.

¿Ha regresado a Piojó?
—Claro. No con la frecuencia que yo quisiera, pero no dejo de visitarlo. A mi pueblo yo nunca lo olvido.

¿Cuáles fueron las primeras canciones que escuchó?
—De las primeras no me acuerdo, pero estando en Barranquilla, a comienzos de los cincuenta, sonaban en la radio Tarde de julio y Carnaval, dos canciones de José Barros interpretadas por Tito Cortez. También estaban de moda guarachas y boleros de Daniel Santos, Bienvenido Granda y Celia Cruz con la Sonora Matancera.

¿Qué edad tenía cuando empezó a ganarse la vida?
—Acababa de cumplir 14 años cuando comencé a trabajar, aquí en Barranquilla, en un almacén distribuidor de discos, ubicado en la calle 36, entre carreras 40 y 41, frente a lo que hoy es el almacén de cadena Éxito. Mi primer patrón fue José María ‘Curro’ Fuentes, hermano menor de don Antonio Fuentes. Ambos vivían en Cartagena. El almacén era administrado por una muchacha, y mi función consistía en limpiar las vitrinas y ayudar en las ventas. Ahí tuve un contacto más directo con la música, puesto que llegaban los maestros criollos más populares de la época: Pacho Galán, Crescencio Salcedo, José María Peñaranda y otros más. La cercanía a esos señores estimuló mi vena de compositor. Fue entonces cuando empecé a escribir. Mis primeras composiciones se las enseñé a Pacho Galán.

¿Cuál fue la primera canción que compuso?
—Fue una guaracha; se llamó En el duro y se la compuse al ‘Curro’ Fuentes. Pacho Galán la escuchó y me felicitó. El estribillo inicial decía así:

"Esta canción la he inventado/ para grabarla con el ‘Curro’/ es el sello de su agrado/ que lo ha tenido en el duro. Coro: en el duro pa´ bailar/ en el duro pa´ gozar…"

Me la grabó más adelante el cubano Pepe Reyes con la Sonora Curro, cuado me fui a vivir a Cartagena. Yo no había cumplido los 15 años al momento de escribir esa, la primera de mis setecientas canciones.

Es claro que ‘Curro’ Fuentes tuvo mucha importancia en su vida…
—Por supuesto, así como también la tendría don Antonio Fuentes en mi época adulta. En verdad, le debo tantas cosas a la familia Fuentes López por haber facilitado el desarrollo de mi vocación y por permitirme la posibilidad de servirle a la sociedad colombiana. Siendo yo un jovencito todavía, de apenas 16 años, ‘Curro’ me llevó a Cartagena para que lo ayudara con las grabaciones en su empresa Discos Curro. Allí me grabó En el duro. Me designó, también, vendedor de su almacén, llamado La múcura, y me puso a estudiar en la jornada nocturna. ¡Qué tipazo ese ‘Curro’! ¿Oyó?

¿Tuvo alguna formación musical en la academia?
—Sí, pero en forma fugaz. Concluidos mis estudios en Escolombia, donde fui condiscípulo de Juan Gossaín, me matriculé en Bellas Artes e hice un semestre de música. Tuve como profesor de solfeo al maestro sinceano Adolfo Mejía. Por falta de tiempo abandoné la academia para dedicarme en firme al trabajo.

¿Por qué terminó su relación con ‘Curro’ Fuentes?
—Por mi afán de buscar nuevos aires. Quiero aclarar que no tuve ningún tipo de discrepancia con él. Al irme de su empresa monté en Barranquilla la distribuidora de Discos Eva, cuyo gerente era Gabriel Zúñiga. En esa casa, Aníbal Velásquez realizaba sus producciones. Era el final de la década de los cincuenta y proseguí con mi actividad de compositor. Escribí los temas Bocachica y La imagen, y se los di a Aníbal Velásquez; Pedro Laza me grabó La lengua afuera y El difunto, cantados por  Crescencio Camacho, y Manuel Villanueva me grabó La zambra, Marcelino Marcelón y Pueblito viejo, un porro dedicado a Piojó: "Pueblito viejo/ cuna donde yo nací/ guardo un recuerdo/ algún día volveré a ti/ ¡Oh! mi pueblito querido/ rodeado de serranías…;" también lo vocalizó Crescencio Camacho. Es uno de los cantos que he escrito con más amor, pues dice lo que siento por mi Piojó del alma.

¿Qué rumbo tomó al separarse de ‘Curro’ Fuentes?
—Me radiqué un tiempo en Bogotá y monté un almacén de discos. Luego regresé a Barranquilla para casarme con Aura Patiño Romero, el 30 de septiembre de 1962. Seguí con mi producción artística. Escribí algunas letras que fueron grabadas por varias agrupaciones famosas de la época, como las de Pacho Galán, el Trío Costa Mar y Morgan Blanco.

La media naranja

Detrás de un gran hombre hay una gran mujer, reza un viejo adagio. Les cae ‘al pelo’ a Isaac Villanueva y a Aura Patiño. Llevan más de siete lustros unidos a través del sacramento del matrimonio. Tienen cuatro hijos: Ángel, Liz Naidú, Luis Felipe e Isaac Marcelino.

“Además de marido y mujer somos socios. Tenemos una empresa llamada Editora Musical Villanueva, en la cual yo soy la subgerente. Trabajamos en todo lo concerniente a edición de música”, dice Aura. De inmediato, Isaac agrega: “Somos una pareja común y corriente. No hay nada de especial en nosotros. Hemos tenido infinidad de inconvenientes, pero siempre han sido resueltos con el diálogo. En una buena relación no solo basta la comprensión, sino un alto grado de tolerancia. Aura es el complemento de mi vida, mi principal consejera, mi apoyo”.

¿Cuándo se vinculó a Discos Fuentes?
—Después de contraer matrimonio con Aura, regresé a Bogotá y más tarde me radiqué en Cali. Allí monté un almacén de discos, pero los resultados no se dieron y me fui a la quiebra. Triste y derrotado retorné a Barranquilla, con la convicción de que el mundo se hundía bajo mis pies. Por fortuna, Gabriel Zúñiga me tendió la mano y pude volver a Discos Eva, en calidad de administrador. Al poco tiempo recibí una tentadora oferta de Discos Fuentes para manejar las ventas en todo el Atlántico. No vacilé en aceptar. Mi ingreso a esa bendita fábrica se dio el 29 de enero de 1964. En eso tuvo mucho que ver don Pedro Fuentes, hijo de Antonio Fuentes. Desde entonces, mi modo de vida mejoró de manera ostensible. Me afiancé como compositor y durante varios años manejé la distribuidora en Barranquilla y también me desempeñé como ejecutivo viajero, gestionando la vinculación de muchos artistas para que grabaran con Discos Fuentes.

¿Qué artistas contactó para que grabaran con Discos Fuentes?
—Fueron muchos: Luis Enrique Martínez, Andrés Landero, Soffy Martínez, Joe Arroyo, Juancho Polo Valencia... De este último tengo abundantes anécdotas, pues era el más difícil de todos. Siempre tenía una excusa para no grabar. Unas veces llegaba sin acordeón a los estudios de Discos Fuentes, que en ese entonces estaban ubicados en el barrio Manga de Cartagena. Su respuesta era lo más de tranquila cuando le preguntábamos por su instrumento: “Lo dejé empeñado en Fundación”. Teníamos que perder un día completo para conseguírselo. Otras veces se presentaba borracho y no daba cabeza para grabar. Otras, sin el repertorio. En fin, era un hombre complicadísimo. Una vez tuve que amenazarlo con la Policía para que nos cumpliera. Y ya en los estudios, frente al micrófono, nadie podía detenerlo. Empezaba a tocar, con los ojos cerrados, y no le ‘paraba bolas a nadie’. Por muchas señas que le hacíamos detrás de la cabina de vidrio, para que corrigiera alguna frase mal pronunciada, el viejo Juancho Polo seguía de largo. Muchas de sus canciones fueron improvisadas en los estudios. De ahí surgieron ‘Lucero espiritual’, ‘Sí, sí, sí’ y ‘Marleny’. De mi autoría grabó Vení, vení (Vení, vení, vení/ vení corazoncito/ vení, vení vení/ te aguardo mi amorcito) y La prima (La prima sí me quiere/ la prima sí me adora). También, de mi autoría, grabó Saludo a Venezuela y El sombrerito. Juancho Polo fue un fenómeno de verdad. Recibía tres mil pesos por cada disco grabado. Era una buena suma en esa época, pero toda la plata se la gastaba en ron. En las sesiones debíamos tenerle una canasta de cerveza. Murió pobre.

¿A qué otro artista en especial recuerda?
—Recuerdo con agrado a la guajira Soffy Martínez, una hermosa mujer descubierta por el promotor Félix Chacuto. Me la presentó Esthercita Forero, y en Fuentes le hicimos grabar cuatro discos larga duración. Semilla de odio, ¿Por qué callas?, De ti depende Dios y Compréndeme fueron cuatro bolerazos que le dieron lustre a su repertorio. Soffy pudo haber tenido mucha más trascendencia, pero la música no era su pasión. ¡Lástima!, porque talento le sobraba. Con decirle que ella era la versión femenina de Alci Acosta, y su voz era un poquito parecida a la de Virginia López. En la actualidad vive en Miami y, tengo entendido, se dedica al oficio de modista. Mucha gente, de diferentes partes del continente, todavía solicita por ella.

¿En qué año se fue a vivir a Medellín?
—En 1974. Me fui con mi mujer y mis hijos y fijé allá mi residencia. A partir de esa época hice cosas importantes: ‘repatrié’ al ‘Ñato’ Alfredo Gutiérrez, que por ese entonces estaba en Codiscos; junté de nuevo a los Corraleros de Majagual; creé, con Fruko, varias agrupaciones, entre ellas Los Pico Pico, y llegué, por fin, a la gerencia de la compañía.

Vamos por partes: ¿cómo, cuántas y cuáles fueron esas agrupaciones creadas por usted con Fruko?
—Fueron cerca de diez agrupaciones las que creamos, pero todas eran de estudio, pues participaban los mismos músicos. La base era la banda de Fruko. Solo les cambiábamos los nombres y el ritmo. De ahí surgieron The Latin Brothers, Los Líderes, Wanda Kenya, AfroSound, etcétera. Recuerdo que una vez de Panamá solicitaron los servicios de Wanda Kenya y de Fruko y sus Tesos. Al llegar al aeropuerto del istmo, los empresarios panameños peguntaron preocupados al recoger a los integrantes de la delegación: ¿y dónde están los músicos kenyanos? Como solo tenían referencias de la agrupación por su nombre y los éxitos El evangelio y Homenaje a los embajadores, creían que Wanda Kenya era de África. Así sucedió en varias partes.

¿Y cómo fue el origen de Los Pico Pico?
—A comienzos de 1976 montamos Pico pico, una salsa gallega, originaria de Puerto Rico, para que la vocalizara un niño cesarense llamado Edgar Murillo. El tema se grabó y quedó muy bien. Intentamos hacer un long play, con 11 cortes más vocalizados por Murillo, pero él niño fue cortante: “Yo canto vallenato, a mí esa vaina, y que salsa, no me gusta”. Nadie pudo persuadirlo. No insistimos más. Con Fruko llegamos al acuerdo de buscar otros niños para sacar adelante el proyecto. Presenté, entonces, a Jaime Alain, hijo de mi hermano Jaime, para que interpretara La piñata, una canción escrita por Ángel, el hijo mayor mío. Asunto solucionado. Los integrantes definitivos fueron Julio Ernesto Estrada Jr., hijo de Fruko; mi sobrino Jaime Alain, y mi hijo Luis Felipe. En homenaje a la canción Pico pico le colocamos ese mismo nombre al grupo infantil. El primer long play incluyó, también, La piñata, que compartió los éxitos con Pico pico. El grupo hizo un total de tres trabajos de larga duración, de los que ‘pegaron’ Los enanos, Caperuza, El burrito de Belén y Campanitas, un hermoso villancico del compositor sinceano Juan Severiche Vergara.

El disfrute de la cosecha

Viendo a Isaac Villanueva Mendoza en su confortable apartamento, con una sonrisa de ‘cachete a cachete’, junto a su esposa Aura Patiño, disfrutando de un merecido descanso después de 35 años ininterrumpidos de servicio a la industria Discos Fuentes, con sus hijos organizados y el futuro definido, nos queda una sola pregunta:

¿Qué le hará falta a un hombre como él para ser feliz?
Él subdivide esa pregunta en varios interrogantes que va resolviendo en el acto:
¿Salud? “Gracias a Dios estoy bien, voy con frecuencia al médico y me efectúo toda clase de chequeos”.
¿Dinero? “No soy millonario, pero vivo cómodo, fruto de lo que sembré en mis años de trabajo. Recibo regalías de Sayco y de la Sociedad Americana de Compositores, Autores y Publicistas, con sede en Nueva York. Además, sigo en plena actividad laboral, ahora de mi cuenta”.
¿Amor? “Aura y mis cuatro hijos son las mejores cosas que me han pasado en la vida. Por ellos digo, con los ojos cerrados y el corazón abierto, que valió la pena haber nacido”.

Fuente: Aura, Isaac nunca te olvida... Entrevista de Fausto Pérez Villarreal a Isaac Villanueva, en La Lira, Noviembre 2011, No. 30.

A continuación, su vida a través de imágenes:












Fuente: revistacredencial.com.

Algunas de sus canciones... Algunos de sus intérpretes:


Nota luctuosa: El jueves 17 del presente mes dejaron de existir dos famosos personajes, Gabriel García Márquez y Cheo Feliciano. Ambos grandes leyendas, el primero de las letras y el segundo de la salsa. Sin más que decir que lo dicho ya por el mundo, me uno a la pena por su pérdida. Descansen en paz.

domingo, 13 de abril de 2014

Música colombiana de Monterrey: entre la elusión y la ostentación del estigma

Un día de la presente semana, por la noche, y atraído por el sonido de una cumbia en la televisión de la casa de un servidor, me tocó ver parte de un programa de un canal local. Dicho programa se llama Las Noches del Futbol y esa noche en particular pasaban los Premios Fama, donde personajes destacados de esa televisora participan en pos del citado premio. No soy muy afecto a dicho programa, pero me dispuse a disfrutar un rato escuchando la música de mi agrado y ver, de paso, el número que los participantes habían preparado.

Pues bien, presencié a un grupo de jóvenes que se esmeraron por presentar una coreografía de un mix de cumbias colombianas. Muy bien por los muchachos, en mi opinión lo hicieron muy bien y quiero decirles que me gustó.

Cuando terminaron, me levanté para disponerme a descansar. En ese momento intervino el conductor del programa y, como es natural en él, en son de broma, preguntó por su cartera, insinuando que se la habían robado. ¡Qué mala imagen proyectó!, porque lo que hizo fue proyectar el estigma que pesa sobre las personas que gustan de la música colombiana, o qué ¿solamente por utilizar una indumentaria que caracteriza a los 'colombias' los hace merecedores del calificativo de ladrones?

El comentario realizado por el mencionado conductor hizo que me volviera a sentar, para escuchar la opinión de los integrantes del jurado -en esta ocasión conformado por el Pato Zambrano, la Muñequita Elizabeth, el Sr. Jesús Soltero, Adriana Díaz y Temo Méndez-. He de mencionar que todos coincidieron en otorgarle una muy buena calificación al número de baile ejecutado, felicitando a los jóvenes por atreverse a presentarlo. Y todos los jurados coincidieron también -palabras más, palabras menos- en la belleza de la música colombiana.


Y en relación al comentario hecho por el conductor no contestaron nada, pasó desapercibido, no lo consideraron importante o no lo quisieron hacer notar.

En monterrey el gusto por la música colombiana es una realidad; un sector de la población la ha cultivado de antaño y es una gran mayoría que reclama su reconocimiento y su aceptación por la sociedad. Pero tal parece que en este caso se menoscabó la responsabilidad social que conlleva la utilización de un micrófono, el comentario vertido al aire no contribuye al fin anhelado de muchos regios. No al estigma, no a la discriminación.


A continuación transcribo un artículo de José Juan Olvera Gudiño, publicado en la revista Quehacer Regio, Número 6, Año 2, Agosto 2007, donde aborda el tema de este estigma social en la ciudad de Monterrey:

Música colombiana de Monterrey:
entre la elusión y la ostentación del estigma

Un par de hermanos que tocaban música vallenata en un mercado rodante fueron agredidos ayer a golpes y balazos por los hijos de una mujer a la que pidieron una cooperación económica, en Guadalupe…

La crónica anterior, firmada por Mario Alberto Álvarez, del periódico El Norte, continúa: “Al parecer los hijos de la señora a quien los músicos pidieron cooperación creyeron que la estaban molestando, por lo que atacaron a Luis Alberto y Martín Betancourt Fuentes. Éste último toca el acordeón, su hermano Luis Alberto, el tambor y otro acompañante que tocaba el güiro, salió ileso.”

En camiones urbanos, bares y mercados rodantes, la música colombiana es comúnmente interpretada para ganarse la vida. ¿Por qué tendríamos que pensar que éste suceso ejemplifica el tipo de agresiones que sufren comúnmente los intérpretes de música colombiana?, ¿por qué no pensar que tal agresión la vive cualquier músico en cualquier lugar? En verdad cualquier músico en cualquier lugar sufrirá burlas y ataques. Entre más minoritario sea el género que interprete, hallará más personas que lo vean “raro”. Lo interesante de la colombiana es que, siendo una de las músicas populares más extendidas en la ciudad, ha mantenido un estigma social contra el cual lucha a diario en todos los frentes del campo musical. Las actitudes más comunes ante este problema a través de los años han sido: a) ostentar el estigma y enfrentar a los otros en todos sus terrenos para lograr el derecho de tocar y bailar su música como ellos han decidido hacerlo, y b) ir abandonando las huellas de una identidad colombiana (lenguaje, indumentaria, uso del cuerpo) para salvar lo más importante, el consumo de la música colombiana, sin ser molestado por los demás.

¿De dónde proviene este estigma?
Básicamente es un estigma de clase social. No es que a los otros les disguste la música… es que son pobres o muy pobres quienes la consumen. No es cuestión de malos gustos, sino de riqueza y estatus. Las clases superiores usan la distinción musical como símbolo para remarcar la distinción de clase, como lo diría el sociólogo francés, Pierre Bourdieu. En otro lugar hemos escrito: “Todo sucede como si las clases dominantes dijeran: ‘si los más pobres se la apropiaron (la música colombiana), bien, será de ellos; pero entonces no la consumiremos, porque así mantendremos simbólicamente las diferencias entre ellos y nosotros, que ya existen en otros ámbitos de las relaciones sociales: la desigualdad política y económica”. En las cuatro décadas que lleva presente como cultura musical, la música colombiana de Monterrey, ha tenido una larga carrera de enfrentamientos, ya sean de clase social o generacional, para sobrevivir. Las transformaciones sociales de las últimas dos décadas han ocasionado que la colombiana de Monterrey ahora se escuche en muy diferentes estratos sociales, pese a haber estado marginada por décadas de la radio y la televisión, incluso se han llegado a crear personajes en la televisión local, que por gustar de esta música son ridiculizados.

Ahora bien, observemos a dos jóvenes varones de otro estrato social, digamos clase media alta, que en una fiesta escuchan una canción de Celso Piña (un exitoso intérprete regiomontano de música colombiana) y se ponen a bailar. Entre sus compañeros habrá una combinación de reacciones: la tradicional vergüenza por bailar música de pobres tendrá ahora un cariz divertido; otros los verán como jóvenes audaces que se atreven a llevar a la colonia, expresiones culturales del “bajo mundo”; y la mayoría puede que los apruebe porque el ritmo y el baile son pegajosos y alegres. Pero ninguno de ellos invitaría a jóvenes colombianas para bailar con ellos o contrataría a los centenares de grupos colombianos para tocar en su fiesta. Esto comprueba que el origen del estigma no radica en el uso de la música, sino en la clase social. Esto es, el núcleo duro de la representación externa del colombiano, lo que los otros ven en él, permanece. La cosa se complica si se hace ostentación del estigma, si se usan atuendos “típicos” de estos grupos juveniles, ciertos cortes de pelo, cierta indumentaria, determinados tatuajes que no dejan lugar a dudas de que la gente que los porta quiere verse colombiano y quiere que le llamen así. La disputa se hace entonces inevitable. Y aunque pudiera evitarse; para muchos jóvenes adolescentes, de aquí y otras latitudes, la lucha es un medio de retar al poder y demostrar lo fuertes o capaces que son en sus convicciones y sus gustos.

En conversaciones con jóvenes portadores de este gusto musical, hemos recogidos las experiencias represivas de la sociedad que los empujan a regresar a la “normalidad”, que los llevan a abandonar la indumentaria que usualmente va ligada a esta música:

-Y si yo pregunto ¿por qué ya no vistes más así [como colombiano], qué me dirías?
-No, pos por la actitud de la gente. Te vistes así y te decían: ¡Ah! Cómo ha de ser ese chavo, cómo  ha de ser de loco.
Otros más:
- Si nos ponemos a tocar música colombiana en el Contry nos apedrean.
- Y sus maestros no les dicen por ejemplo ¿cómo tocas esa música?
- A mí en la prepa sí.
- Sí te dicen.
- Es que en la prepa donde estudio casi nomás dos o tres personas oyen esa música. Haga de cuenta: llego yo a la cafetería y están oyendo música “fresa”, ¿verdad? porque hay muchos fresas. Llego yo y le hecho a la radiola, pongo mi música colombiana y se salen todos, y yo ahí me quedo  solo.
- Ándale, pues entonces no está tan fácil.
- Conmigo se quedan mis amigos porque son mis amigos, pero si no fueran mis amigos también se saldrían. No les gusta esa música. Los maestros me dicen: ¿por qué vienes vestido así?, porque antes me vestía bien loco, así como los colombianos.
- ¿Y por qué ya no?
- Es que los policías nomás te andan vigilando. Mucha gente piensa que la mayoría de los que se visten así pues son mariguanos. Así los catalogan.

Pero finalmente puede vencer la fuerza de la “normalidad”:
-Yo empecé a dejarme de vestirme así [colombiano]. Si dejaba de vestirme así, como quiera me iba a gustar la música. No tenía precisamente que vestirme así para ser colombiano. A mí siempre me ha gustado que sea vallenata, siempre me ha gustado. Y de ahí para adelante, la voy a seguir tocando, la voy a seguir difundiendo, pero con otra imagen, para cambiarle la imagen que tiene…
-¿Por qué?, ¿por qué la imagen que tiene es una imagen negativa?
-Sí, porque la gente te tacha de marihuano, drogadicto, de narco.

Así, a la lucha constante, sigue la negociación permanente: “Dejaré la indumentaria, pero me quedaré con la música; me peinaré normal, pero seguiré tocando; esconderé mis tatuajes de mariguana, pero podré bailar los pasos colombianos”.

Pero, ¿qué pasa cuando un dentista de clase media escucha tal música a todo volumen en su casa? Sus vecinos lo miran raro, buscan una explicación a esta inusual relación entre el atributo y el estereotipo que se sale de los cauces, como diría el sociólogo Erving Goffman, pues la música colombiana es símbolo de una baja condición social, ligada al consumo de enervantes y a la delincuencia. Lo que pasa es que el dentista es colombiano, de Bogotá. Y por más que los vecinos ahora tengan una explicación convincente, el estigma no se quita de la noche a la mañana. Y el peso de la mirada sobre el hombro es percibido por el colombiano como si fuera culpable de algo que no ha provocado, que ya estaba cuando él llegó. Son víctimas del estigma tribal, aquel que según Goffman es susceptible de ser transmitido por herencia y contaminar a todos.

Hace pocas semanas, en una conferencia sobre música e interculturalidad que impartía un profesor sevillano a mis alumnos de la Universidad Regiomontana, salió el tema de la música colombiana de Monterrey. Una estudiante colombiana comentó que le desagradaba fuertemente el uso que se le daba en Monterrey a la música de su país. No era la primera colombiana en decirlo. “Se deforma aquí, en Monterrey”. “Mira nada más la gente que la toca, mira cómo viste, son puros pandilleros, drogadictos”. “Mira la imagen que dan de nuestro país; nuestro país no es así, la nuestra es una nación que quiere progresar, salir adelante”. “En Colombia se trabaja, se hacen cosas por el bien de la ciencia, la economía, el arte”. “Colombia no es sólo droga, cárteles, secuestros y grupos paramilitares”. “¿No podrían tocar música colombiana otros grupos de regiomontanos que no fueran estos tan… tan…?”

Ciertamente las representaciones sobre nuestras músicas populares son muchas veces idílicas, de modo que cuando las vemos en su estado natural, fuera de la televisión y los festivales culturales, o cuando las interpretan personas que no son como nosotros nos parecen muy diferentes, pobres o anormales. No hay tiempo para comentar mis impresiones al escuchar un mariachi colombiano en Bogotá o escuchar música “carrilera”, música al estilo mexicano, que toca gente pobre de la capital.

Le respondí a la alumna que si yo fuera colombiano, me sentiría honrado por el hecho de que en un tiempo (y aún ahora), la gente más desposeída de Monterrey haya elegido la música de la costa atlántica de mi país, para expresar sus penas, su dolor, así como para compartir su alegría en el baile y el canto; para construir un sistema de significaciones gracias al cual ellos se sienten comunidad, son algo. La convirtieron en una herramienta simbólica para sobrevivir, son espiritualmente ricos, en un ambiente de penurias y pobreza. No le dije esto, pero muchos regiocolombianos, como los llama Darío Blanco, soportan el estigma relacionado con la música colombiana y, a veces con orgullo, no sólo por sus ritmos y melodías agradables sino, ante todo, por el contenido de sus letras, muchas de las cuales hablan también de gente desposeída, de campesinos simples, sin mucho dinero, que aprecian entre otros altos bienes de la vida, el arte de la palabra. Monterrey se ha enriquecido culturalmente, como pocas ciudades, con una cultura musical tan distinta y complementaria a la nuestra. Diría que si no se valora la música colombiana tal como es, es porque la ciudad, tan desigual socialmente y con poderosos sectores conservadores e intolerantes, poco abiertos a influencias culturales que no tengan el mismo signo de condición social, no ha aprendido a ver, detrás del estigma, la riqueza no sólo de la música extranjera, sino de los regiomontanos que la consumen: su propia gente.

El artista distinguido - Alvaro Cárdenas


Coloco este audio de la autoría de Adolfo Pacheco, en donde denuncia la discriminación musical en Colombia por la poca promoción y difusión de la música autóctona. En nuestra ciudad lo grabó Celso Piña, siendo tomado como tema de protesta por la discriminación sufrida por los músicos locales que interpretan esta música; y no sólo por el estigma sufrido por los músicos, sino también por los múltiples regios que gustamos de la música colombiana en general.

El artista distinguido - Celso Piña


Parece que en todos lados se cuecen habas, ni hablar...

domingo, 6 de abril de 2014

El Mochilón, obra cumbre de Efraín Orozco Araújo

Un porro soledeño que tiene su sitial en América Latina


Efraín Orozco Araújo

Aquel 6 de septiembre de 1946, Efraín Orozco Araújo estaba en la puerta de su casa, en el sector de la vieja Soledad, sentado en un taburete, como solía hacerlo todas las noches antes de irse a la cama. La luz pálida que desprendía la luna alcanzaba a darle un singular brillo perlado a su frente sudorosa.

Tenía un pantalón azul oscuro, doblado hasta las rodillas. Sin camisa y descalzo, rasgaba melodías de su vieja guitarra.

Desde la sala escuchó la voz autoritaria de su mujer, Virginia, recordándole que antes de acostarse debía buscar tres galones de agua para la cocina. No respondió. "Sabía mis obligaciones, pero en ese momento yo tenía una cita no programada con la musa, y no podía distraer mi atención. Así que seguí en lo mío". Este fue el relato que Efraín Orozco nos hizo en junio de 2002, a propósito de los 55 años de la grabación de El Mochilón, su porro célebre y uno de los símbolos musicales de Soledad.

Entretenido seguía Efraín Orozco, sacándole notas a su guitarra, cuando fue saludado por un vecino, esposo de su prima Micaela.

"¡Quihubo Orozco!", le dijo el hombre que con paso presuroso avanzaba en mitad de la calle. En respuesta, Efraín le preguntó: "¿Pa' donde va?". "Pa' la montaña", contestó el marido de Micaela sin disminuir el paso.

Las ramas de los árboles permanecían inmóviles, huérfanas de la menor ráfaga de viento.

Orozco siguió con la mirada al hombre que lo había saludado. Llevaba una mochila colgando en sus espaldas y un tamborcito en las manos. "¡Eche!. Pa' cuál montaña irá ese loco, si aquí en Soledad no hay esa vaina. Pa' donde él va queda el caño", dijo para sí. Pero enseguida recordó que 'La Montaña', es el sector donde residía un amigo suyo.

"Pa´la montaña"...

Esa expresión quedó revoloteando en su mente. No había desaparecido el marido de Micaela en la distancia cuando de la nada se le ocurrió el estribillo que le daría inicio a la canción.

Alumbra luna, alumbra luna, alumbra luna/ que ya me voy, pa' la montaña.


¡Apúrate Virginia!
Así fue como Efraín Orozco Araújo empezó a componer El Mochilón, que se convertiría en uno de los temas emblemáticos del folclor de la Costa Caribe.

Eran pasadas las 9 de aquella calurosa noche septembrina cuando fue abordado por la musa. Lo primero que se le ocurrió fue llamar a gritos a su mujer, "¡Virginia, tráeme un lápiz y algo en qué escribir, pero apúrate!". La mujer acudió al llamado instantes después, con un lápiz sobre su oreja izquierda y una bolsa vacía de cemento. "Es lo único que pude encontrar; en esta casa no hay papel", le dijo la mujer.

La canción
Efraín Orozco Araújo, el segundo hijo de los siete que tuvieron Casto y María, era, aquella noche, un muchacho que anhelaba ser un músico famoso en su municipio. Le faltaban tres meses y tres días para cumplir 25 años. Su primera canción no necesitó mayores ingredientes literarios. Sin embargo, reconoció que le costó mucho terminarla. El otro elemento que debía aprovechar para enriquecerla era la mochila del marido de Micaela. "Buen café y buena panela debe llevar en esa mochila", nos dijo que pensó. En esa imagen estuvo concentrado mientras permanecía sentado en el taburete, y después cuando llevó los tres galones de agua a la cocina. Más tarde, en su cama, agotado por las fatigas del día, empezó a construir versos, algunos incoherentes. El estado anímico propio del esfuerzo intelectual le impedía cerrar sus ojos. Así estuvo hasta muy avanzada la noche. cuando el sueño finalmente lo venció.

Con los primeros rayos solares del siguiente amanecer quedó listo el segundo verso. Y poco antes del ocaso del día la letra estaba culminada en su totalidad.

Pacho Galán fue el primer músico en conocer la letra. "Está bastante buena", le dijo a Efraín, luego de escucharla. "Voy a mostrársela a Guido Perla. Si a él le gusta la grabamos. A Perla también le agradó, pero solo la llevaría a los surcos del disco al año siguiente, en 1947, en la voz del soledeño Fernando Barceló". Desde entonces a El Mochilón le han hecho más de 25 versiones, siendo la más popular de todas la que grabara, en 1955, 'El Pollo barranquillero', Nelson Pinedo, con la Sonora Matancera.


Un prolífico compositor
Además de El Mochilón, Efraín Orozco compuso letras de diversos géneros musicales entre los que se figuran boleros, pasillos, valses y porros. Entre sus temas más apetecidos por el público se encuentran Cabaret, Romance en la playa, La pagarás, Por qué eres así, Definitivamente y La chivita. Tuvo intérpretes de lujo como Alci Acosta, Tito Cortés, Matilde Díaz, Fernando Barceló y Nelson Pinedo. Le grabaron 44 canciones y dejó inéditas más de 50. El maestro Efraín Orozco Araújo nació el 27 de diciembre de 1921 en Soledad. Allí mismo murió el 11 de julio de 2005. Sus restos reposan en el Cementerio Municipal.


Abundante descendencia
El maestro Orozco procreó 15 hijos con diferentes mujeres; el mayor de ellos lo tuvo con Virginia Fábregas, su primera esposa. Con Teotiste Isabel Moreno, su última mujer, convivió durante 40 años. Tuvieron tres hijos.

Para recordar
"Con 'El Mochilón', mi repertorio colombiano que grabé con la Sonora Matancera obtuvo gran Relevancia en Cuba". Nelson Pinedo.

El Mochilón - Nelson Pinedo con la Sonora Matancera

Por Fausto Pérez Villarreal, en Periódico Al Día, Viernes 1 de marzo de 2013.

Otra gran versión, con Mike Laure...
El Mochilón - Mike Laure