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La Música Tropical: Nuestro Patrimonio Músico-Cultural

domingo, 12 de enero de 2014

Los Vallenatos del Magdalena


Los Vallenatos del Magdalena

Un cuarteto de mucha calidad sonora que hizo, en sólo cuatro años, fortalecer los aires regionales combinando sus voces con la guitarra y el acordeón, algo que tentativamente había iniciado el gran Guillermo Buitrago. Así mismo, se dio a conocer ante el mundo al genial Aníbal Velásquez. ¿Se puede pedir más?

La música vallenata, interpretada con acordeón, a mediados del siglo pasado no tenía los alcances que hoy puede mostrar. Todavía se hallaba fresca la huella artística de Guillermo Buitrago, quien supo capitalizar su inmenso talento para cantar, tocar la guitarra y componer canciones con un significativo color y calor de estas tierras que lo catapultaron como ídolo. Cuando la muerte le llegó, prematuramente, la semilla de su legado musical se esparció por todo Colombia.

Por la fría Bogotá surgió un joven, Julio Torres, cantante y guitarrista que interpretaba el repertorio del ídolo cienaguero con propiedad y mucha gracia. Con esa música se hizo conocer en la Colombia andina, vastedad geográfica donde se apreciaba mucho lo hecho por Guillermo Buitrago. El acordeón, tocado por Jorge Rojas, armonizó con las dos guitarras del grupo y con los bongoes. La guacharaca, además, encajó en ese conjunto como un instrumento percusivo menor que le daría el brillo y el complemento marcante a las canciones interpretadas. Era algo parecido a lo hecho por las dos guitarras de Buitrago con el acordeón de Alejandro Barros (Corazón), cuando éste fue solicitado para algunas grabaciones.

A pesar de la existencia del trío de Bovea y sus Vallenatos, el capitalino Julio Torres, con sus Alegres Vallenatos, logró imponerse a finales de los años 40s del pasado siglo. Primero, con el merengue “Los camarones” y con el paseo “El aguacero”. Luego vendría “Pomponio”, otro paseo que pasó victorioso por las parrandas y bailes populares del país, sin dejar de mencionar otros temas del folclor vallenato con un tinte “enruanado”, como “Mi canoa”, “La colegiala” “La totuma” y “Me voy a Plato”, todos ellos de la autoría del admirable Julio Torres.

Pero el infortunio llegó a la vida de esa promesa artística de Colombia. Estando en Cartagena por los avatares propios de su profesión, no supo calcular los peligros del impetuoso mar Caribe en aquellos inexpertos bañistas. Murió, a la edad de 20 años, el 9 de enero de 1951.

En esa época ya era conocido el acordeonero, cantante y compositor magdalenense Abel Antonio Villa, que desde 1944 se convirtió en el pionero de las grabaciones conocidas como “vallenatas”. Aquellos aires suyos, muchos de ellos aún vigentes por intérpretes de estos días, tuvieron mucha aceptación entre los sectores más populares de la región, principalmente en la parte del Magdalena Grande. En esos contornos, “Yo tengo mi Candelaria”, “La pobre negra mía”, “El pleito”, “En la orilla del río” y tantas piezas más de este hazañoso juglar, alimentaron el espíritu gozón de los amantes de la música en acordeón.

Otro que despuntó con el fuelle de origen alemán fue Luis Enrique Martínez, nacido en Los Alticos, municipio de Fonseca, La Guajira, un hombre que se dio a conocer mundialmente en 1949 con la magistral interpretación de “La cumbia cienaguera”. Posteriormente, afianzó su bien ganado prestigio con una serie de piezas que han enriquecido los ritmos tradicionales de esta festiva tierra.

En cuanto a otros formatos orquestales, las agrupaciones cubanas tipo charangas, sextetos, septetos, sonoras, big bands, etc., impusieron en el medio sus guarachas, sones, danzones, mambos, boleros, guajiras y tantas expresiones musicales más que hicieron del Caribe colombiano una extensión de esas propuestas que lograron arraigarse con suma afección. Y de Venezuela, orquestas como la Billo’s Caracas Boys y la de Luis Alfonso Larraín lograron, también, incursionar con fortaleza por estos lares.

En lo interno, las orquestas de Lucho Bermúdez, la A Nº 1, Emisora Atlántico Jazz Band y Emisora Fuentes hicieron de sus grabaciones el mejor vehículo para promover y afianzar lo nuestro en materia musical. Sin olvidar, claro está, el importante aporte hecho por Los Trovadores de Barú.

UN FELIZ ENCUENTRO

En 1949 causaba admiración en La Arenosa un niño de 13 años que tocaba el acordeón con mucha sapiencia. Antes de dominar ese arrugado instrumento, tocaba la dulzaina, la caja y la guacharaca, virtud heredada de su padre. El nombre de Aníbal Velásquez comenzó a ser escuchado entre los moradores del barrio San Francisco (conocido popularmente como “San Pacho”, hasta la fecha) porque en la tienda que tenía su padre (La Dalia), éste organizaba con sus amigos y clientes unas formidables parrandas con la participación musical de sus hijos Juan y Aníbal. Pero este último, se convirtió en el centro de atención de todo el barrio por el don artístico que ya mostraba, a pesar de su corta edad.

Al cambiar de barrio la familia Velásquez Hurtado, el jacarandoso Rebolo se convirtió en el espacio urbano para que continuara, apropiadamente, con ese perfil glorioso de músico natural con el que había nacido y luego desarrollado en su familia de miembros muy melódicos. En ese populoso sector de Barranquilla, el joven Aníbal tuvo de vecino a Nelson Pinedo, con quien tuvo la importante sociabilidad musical que tanto les sirvió a los dos.

Cuando los anteriores hechos comenzaron a vislumbrarse como positivas formas para un futuro promisorio del joven acordeonero de esta ciudad, un cartagenero dicharachero, que ejecutaba muy bien la guitarra y cantaba con una voz alegre y fina, vivía su drama del alma entre continuar como agente activo de la Policía Nacional o rendirse ante el placer que le producía el sentirse artista. En esa institución armada conoció a ilustres músicos, como Pacho Galán, Marcial Marchena, Lucho Vásquez, Antonio María Peñaloza y al maestro Alejandro Barranco, director de la Banda Departamental de la Policía.

De esa formidable banda no se perdía, cuando estaba en franquicia, de sus ensayos y retretas dominicales. El amor de Carlos Román por la música fue inmenso. Pacho Galán le ayudó mucho, sobre todo en las composiciones que les mostraba, porque en lo que respecta a los otros componentes de este arte, principalmente su gramática, el maestro soledeño le aconsejó mantenerse con su picardía y naturalidad para hacer música. Eso si, con disciplina.

Carlos Román siempre vivió agradecido de la orientación que le dio “El Rey del Merecumbé”, algo que patentizó, muchos años después, con la linda pieza “Merecumbé suave”, en la que este coloso de la trompeta intervino con ese instrumento y en los arreglos. El hábil cartagenero escribió: “Bonito que toca Morgan / y canta Carlos Román / y con su buena trompeta / el maestro Pacho Galán / muy suave el merecumbé / sabroso para bailar / lo mismo se está poniendo / el ritmo del chiquichá”.

Muchos fueron los momentos que compartió Carlos Román con sus amigos músicos en la calle San Juan (36) entre las carreras La Paz (40) y Progreso (41), sitio donde se concentraban los más importantes almacenes de discos. Una tarde lluviosa de abril, este simpático personaje llevó su guitarra recién comprada a la citada dirección. Y para llamar la atención con su deslumbrante instrumento de cuerda, en uno de esos almacenes comenzó a entonar guarachas y sones cubanos, entre estos últimos aquel de Miguel Matamoros “Mamá, son de la loma”. De pronto surgió, entre los presentes, una segunda voz bien afinada y con la típica cadencia cubana. Se trataba del joven Aníbal Velásquez. Así, se conocieron estos dos artistas.

La empatía que los embargó en esos pocos minutos se consolidó cuando Carlos Román cantó el paseo de Julio Torres “El aguacero”, pidiéndole a Aníbal Velásquez que lo acompañara nuevamente con su fresca voz, porque en el disco grabado por Los Alegres Vallenatos, éstos sonaban muy “acachacados”, bastante gallegos, afirmó Román. Al terminar ese bonito número musical, el ya ex-agente de policía comentó: “carajo, si tuviéramos un acordeón, la vaina sería mejor”. A lo que Aníbal le respondió, “yo toco acordeón”.

Amainada la lluvia de esa tarde, Carlos acompañó a Aníbal hasta su casa. Allí el imberbe acordeonero lo dejó con la boca abierta al interpretarle el vals “Tristezas del alma” y la rumba criolla “Qué vivan los novios”, además de varios paseos y merengues de Abel Antonio Villa. Carlos Román encontró allí a un maestro para digitar el acordeón.

LOS NUEVOS VALLENATOS

Las visitas de Carlos Román a la residencia de los esposos José Antonio Velásquez y Belén Hurtado fueron frecuentes. Durante ellas, muchas fueron las veladas musicales programadas. Carlos cantaba y tocaba la guitarra, Aníbal en el acordeón, Juan en la caja o en los bongoes, según las circunstancias rítmicas, “el viejo” José Antonio al mando de la guacharaca y doña Belén, algunas veces, haciendo coros. Allí se incubó el formato de lo que sería, un poco más tarde, Los Vallenatos del Magdalena. Eso era algo que Carlos Román ya visionaba, hasta el punto de atreverse a ensayar con ellos algunas de las canciones que había compuesto.

Maduradas así las cosas, les comunicó: “Yo tengo un hermano, llamado Roberto, que canta mejor que yo. Su voz es afinada, melodiosa y con una tesitura que le permite cantar, ajustado, en los tonos de esta música con toda facilidad. Pronto, se los presentaré”. Y así fue. Transcurrió sólo una semana para que “Romancito” estuviera deleitando, con sus registros tenorinos, al grupo dirigido espontáneamente por su fraterno músico aficionado.

Todos se alegraron por la calidad que le imprimió Roberto al cuarteto recién creado, porque además de cantar tocaba la guacharaca y las maracas maravillosamente. El más eufórico fue el padre de los Velásquez. Por eso, cuando Carlos Román le propuso llevar el conjunto a Cartagena, ante algunos contactos que ya tenía adelantados en esa ciudad para grabar dos de sus piezas, no opuso mayor resistencia ya que “el pelaíto”, como le decía a Aníbal, iba a estar controlado por Juan, su hermano mayor.

A los padres de este adolescente acordeonero no se les había olvidado aquella tormentosa travesura del adorado hijo cuando con apenas 12 años, instigado por Cayetano Racedo, un albañil conocido de la familia y compañero de trabajo de Juan Velásquez en el campo de la construcción e instalación de estructuras metálicas, además de buen guacharaquero, se le dio por explotar las virtudes musicales del prodigioso niño en su beneficio personal. Fueron tres meses de consternación los vividos por los Velásquez Hurtado. Gracias al papel de la Policía de Bolívar, fueron detectados en Sincelejo y luego remitidos a Barranquilla, donde el atribulado padre estuvo a punto de matar al infeliz aventurero que se aprovechó de la inocencia de su precoz hijo.

Al quedar atrás ese infausto episodio, los hermanos Velásquez partieron hacía Cartagena, llenos de ilusiones, una mañana del mes de agosto de 1951. Carlos Román los instaló en casa de Concha, su hermana residente en el barrio La Esperanza. En esa vivienda hicieron los primeros ensayos para darse a conocer, paso que se dio inicialmente a través de Radio Miramar, donde el grupo impactó desde su primera presentación en vivo. De allí surgieron sus contratos iniciales para amenizar bailes en pequeños centros nocturnos y bazares en colegios y en la Universidad de Cartagena. Y de las grabaciones, ¿qué?

En efecto, Carlos Román tuvo la promesa de Toño Fuentes para escucharlos. Y cuando esto sucedió, quedó encantado con la calidad del grupo, poniéndole dos condiciones para grabarle. Una: cambiarle el nombre, que para él no era claro. ¿Qué es eso de Vallenatos del Magdalena? Y dos: con el nuevo nombre, el conjunto pasaría a ser propiedad de Discos Fuentes. Esas dos exigencias, fueron rechazadas por Carlos Román.

Los programas de Radio Miramar, ante esta frustración inicial, siguieron acrecentando la popularidad del magnífico conjunto. En la llamada Sabanas de Bolívar y Córdoba, se interesaron por su música. Lo mismo sucedió en importantes poblaciones ribereñas. Desde El Carmen de Bolívar, Sincelejo, Cereté, Montería y Magangué recibieron invitaciones bien pagadas. Por los lados del Bajo Cauca, aconteció algo parecido. Con esa aceptación y vítores de carácter regional, apareció en Cartagena un empresario de discos. Así recuerda Aníbal Velásquez ese suceso:

"Carlos nos citó un mediodía a un almuerzo con un señor de Barranquilla que quería conocernos. Su apellido era Cabrera y nos habló de su empresa de discos y de sus intenciones de ponernos a grabar en Discos Atlantic. A nosotros nos complació la idea, porque era lo que nos faltaba, no por lo económico sino por la proyección del grupo en toda Colombia. Ese mediodía se concretó todo. En la noche me despertaba a cada rato, no podía creer que la gente me escuchara con el acordeón y haciendo coros en discos. ¡Qué carajo!"

Transcurría el mes de Julio de 1952. Jaime Cabrera, nombre completo del empresario contratante, dispuso todo para las grabaciones de cuatro temas. El primero fue “La casa en el aire”, paseo de Rafael Escalona, que apareció, no se sabe por qué, a nombre de Roberto Román, persona a la que nunca se le conoció ese dote. Seguidamente, el turno fue para “Alicia la campesina”, paseo de la autoría de Andrés Landero. Luego grabaron “La profesora”, paseo de Abel Antonio Villa. Para, finalmente, cerrar con el merengue “La gallina”, compuesto por Juan Velásquez.

Los tres primeros números pegaron con mediana popularidad. No así “La gallina”, que arrasó en las fiestas novembrinas de La Heroica y mantuvo ese nivel en la Navidad y Año Nuevo. En el Carnaval de Barranquilla (1953), ratificó su elevadísima preferencia. Con esas grabaciones, Los Vallenatos del Magdalena volaron alto. Aquí en la Costa Caribe, como en el interior del país, se escuchaba aquello: “El gallo estaba dormido / la gallina tenía un afán / cuando viene el gavilán / pío, pío, pío, pío / le contesta la gallina / co co co co co co co co có / entonces contesta el gallo / cocorolló, cocorolló / le devuelve el gallo viejo / cocorolló, cocorolló / le contesta la gallina / co co co co co co co cocó ”.

Después de ese exitazo, los sellos discográficos de Colombia se interesaron en esta importante agrupación, que, para esta causa, utilizó al bajista Nicolás Martínez. Según Aníbal Velásquez, las piezas que lograron grabar fueron 36, en distintas empresas. De esos discos, podemos mencionar “El Bocachico” (Paseo: Carlos Román), “El ron de vinola” (Merengue: Guillermo Buitrago), “San Jacinto” (Cumbia: Aníbal Velásquez), “Parece que va a llover” (Paseo: Aníbal Velásquez), “El gavilán” (Merengue: Juan Velásquez), “Di si me quieres” (Merengue: Aníbal Velásquez), “Cariñote” (Merengue: Carlos Román) y “Qué le pasó a los vallenatos” (Merengue: Aníbal Velásquez).

De todos esos temas, “El Bocachico” fue el de más recorrido, grabado en Discos Tropical en 1955, junto a la guaracha “La bronca”, del prolífico Carlos Román, otra pieza que puso a cantar y bailar al país. ¿La recuerdan? “Abraham S. Hoyos / Abraham S. Hoyos / se formó la bronca / con quién formó la bronca / con Bartolín Barreto / por que formó la bronca / ya se lo llevan preso”.

Y la memorable “Cumbia negra”, de Aníbal Velásquez, no puede pasar inadvertida. Roberto Román la cantó con un dejo típico, muy sintomático en este ritmo, para que su melodiosa voz se escuchara como el trinar de un canario flauta. El joven Aníbal, ya con 18 años de edad, dominaba el acordeón de tal manera que evocó, con alegría, el triste destino de las negritudes desde la ingrata Colonia. A través de ese lamento sonoro, se les escuchó: “Bailen la cumbia/ que está caliente/ prendan las velas/ voy a bailar/ la cumbia negra/ para gozar/ bellas palmeras/ vientos de mar”.

Así fue cómo Los Vallenatos del Magdalena escribieron un bello capítulo del libro musical de Colombia. Con una pregunta obligada: ¿Por qué duraron tan poco tiempo? Nuestro informante de turno, así lo relató:

"El grupo se resquebrajó por Carlos Román. Él se nos perdía cuando estábamos actuando, lo que contrariaba a todos nosotros. Y cuando Carlos aparecía, se le notaba mal en su aspecto. Una mirada nuestra, era suficiente para que destrozara la guitarra. Al día siguiente era otro, un tipazo. Nos pedía perdón, pero nuevamente caía en lo mismo. ¡Imagínense, que la guitarra más “baratonga” costaba 18 pesos!

A partir de este lío, nos fuimos separando. Y como yo ya venía ilusionándome con mi propio conjunto, ¿qué más podía esperar? A pesar de todo, a Carlos Román siempre le he guardado una especial gratitud al hacerme crecer como artista, principalmente al transmitirme sus conocimientos aprendidos para componer y por darme la oportunidad para cantar el paseo de mi autoría “Gladis”, en el que me di a conocer con el atributo de vocalista que mi Dios me ha dado.

Pero lo que dije al principio pesó. Mis padres, lo mismo que mi hermano Juan, estuvieron de acuerdo que lo mejor era abrirnos hacia otro camino. Yo me sentía con la libertad de poder tocar el acordeón a la manera como lo hacían mis admirados músicos cubanos, entre ellos los que componían a la inmortal Sonora Matancera, con Bienvenido Granda y Daniel Santos a la cabeza. Esa cubanía que me atraía, la podía concretar, a mi manera, con una nueva sonoridad. Así logré hacer bailar las guarachas al estilo Velásquez, en las que mi hermano menor, “Cheíto”, fue fundamental al reemplazar el bongó por la tradicional caja vallenata."

De esta manera, Colombia vio nacer “Al mago del acordeón”, como bien lo calificara el maestro Luis Enrique Martínez. Historia, de paso, suficientemente conocida, y que Aníbal Velásquez sigue repasando en su hogar de La Ciudadela 20 de Julio, al lado de su amadísima Julieta, la mujer que ha logrado “domarlo” en su desenfrenada vida.
Fuente: Por Arnold Tejeda Valencia, en La Lira, Septiembre - noviembre 2009, Num. 22.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Excelente semblanza histórica de está hermosa agrupación y estos virtuosos músicos. He visto 78 rpm de la disquera Discos popular, entre ellos " la casa en el aire", "la gallina","la bronca" y" el bocachico".

En el miniplay "oye los Vallenatos" de sello Tropical y de 1955, mencionan a Lisandro Meza. incluso se oye su voz. Habría que confirmar si él tocó el acordeón para ese trabajo o en algunos temas con Carlos Román.

Unknown dijo...

En el miniplay "oye los vallenatos" aparece como Romancito y su conjunto