La Música Tropical: Patrimonio cultural intangible de la humanidad


La Música Tropical: Nuestro Patrimonio Músico-Cultural

Cosmogonía y mística del chucu-chucu

Viernes, 8 de octubre de 2021.

Recree este homenaje al denostado chucu chucu con esta divertida crónica, compartida por el autor en forma de sátira y con buen sentido del humor.

Cosmogonía y origen místico del chucu-chucu

Muchas personas en exceso crédulas y místicas tienden a pensar que el chucu-chucu fue creado por Dios al igual que el universo, la vida en la tierra, el planeta Melmac, Goodzilla y la mosca del vinagre. Craso error. El argumento incontrovertible para rebatirlos, -según el escéptico erudito sonoro Rodolfo Aicardi-, es que: "a Dios no le gusta bailar pegado". "Ni bailar a secas", como afirmó el también eminente teólogo-guapachoso-tropical nihilista Gustavo "el loco Quintero". El señor Quintero, (cantante "Kitsch" iconoplasta, ecléctico, dipsómano e inclasificable donde los haya) célebre por su siempre decadente trayectoria y no menos lamentable discografía, (muy a pesar... o ¡quizás por eso era de mis favoritos!) fue un profundo estudioso del chucu-chucu en su versión escéptica-jacarandosa.

“El loco Quintero” se tomó la molestia, entre los pocos descansos que le dejaban las miles de verbenas cutres y ferias pueblerinas miserables que amenizaba con su orquesta, (a la par que se tomaba cientos de botellas de aguardiente antioqueño) de leerse el nuevo y el antiguo testamento sentado en una cantina de "barrio triste" en Medellín. Todo esto sin ánimo de lucro, desde luego. Por simples ansias de conocimiento, intentando demostrar mediante un teorema infalible que Dios no había creado ni inventado el chucu chucu, y ya de paso..., ¡tampoco a la humanidad, el universo, ni a la mosca del vinagre, ni al planeta Melmac!... ni nada de nada. Que eso no era más que mitología hebrea.

Medellín... “eterna primavera” como dice la canción... es una ciudad colombiana que quizás sea una de las grandes mecas mundiales del baile paseaito, cuambiambero y sabrosón de origen Muisca-Taíno, más conocido desde hoy... como chucu-chucu. "El loco Quintero", borracho de “aguardientoski” con una copera de Envigado llamada “Lucerito” sentada en sus piernas, ¡se leyó la biblia 7 veces seguidas! Empezando por el Apocalipsis y terminando en el Génesis... ¡Siempre de atrás para adelante! De la misma forma como solía ojear y leer también las revistas científicas de “Penthouse”, “Sueca”, “Vea”, o el influyente diario sensacionalista “El Espacio”. Leyó de manera infatigable la palabra de Dios, libro por libro, subrayando con rotulador fluorescente y haciendo múltiples comentarios al margen de cada página; intentando (sin éxito) buscar dentro de las sagradas escrituras al menos ¡una sola fiesta, pachanga o verbena! donde al Todo Poderoso se le viera danzando y “azotando baldosa”.

Fue inútil tan descomunal y desinteresado esfuerzo. ¡Dios no aparece en ningún libro sagrado en tales circunstancias! Mucho menos danzando en pareja polkas, vals, ni mazurkas, o su equivalente danzarín hebreo de la época en ningún capítulo o versículo. Con lo cual queda probado de manera irrefutable que el chucu-chucu no tiene origen divino. Por el contrario este singular ritmo bailable, como tantas otras cosas a las que antaño se les ha atribuido origen divíno, con un poco de paciencia, mucho estudio, experimentación, curiosidad y constancia, se puede explicar de manera científica, lógica y racional. “Sólo es cuestión de tiempo”, decía el Loco antes de caer en desgracia.

"A Dios no le gusta bailar", fue la triste y lapidaria conclusión a la que llegó el loco Quintero tras sesudos y alcoholizados estudios teológico-guapachosos. Dios antes que bailar, en algunos tiernos pasajes del Éxodo, el Levítico o el Deuteronomio prefiere -para calmar los nervios-: ahogar a miles de egipcios en el Mar Rojo, masacrar sodomitas y gomorritas de gustos genitales díscolos, petrificar en forma de cloruro de sodio a mujeres curiosas; ahogar al 99.99 por ciento de la humanidad que no lo adoraba ni cabía en el arca de Noé..., aplastar filisteos (mujeres y niños inocentes incluidos) o llenar de plagas a egipcios -inocentes también de las maldades cometidas por su Faraón-. Eso si, todo esto desde su infinita misericordia y profundo amor a su perfecta creación (…). Y en general maldecir, lanzar amenazas, anatemas, mandar cataclismos, plagas, castigar y eliminar a todo aquel que no sea judío y no lo siga ciega, sumisa y borreguilmente durante las 1972 páginas promedio que tiene una Biblia cualquiera.

Obviamente, después de estas blasfemias indiscretas, casi sacrílegas y muy crudas conclusiones que no fueron del agrado de buena parte de la hipócrita, rezandera y papista sociedad tradicional antioqueña, y por extensión del resto de la nación “del sagrado corazón”, ni mucho menos del agrado de ese par de teólogos católicos de un “moderado” más cercano al integrismo talibán, como lo eran monseñor Alfonso López Trujillo o el cardenal Dario Castrillón, el pobre “loco Quintero” fue condenado de manera injusta al ostracismo.

No lo volvieron a contratar ni para amenizar la inauguración de una panadería, ni mucho menos para una fiesta de quince años, con su respectiva quinceañera, claro. Terminó su vida arruinado trabajando como "psicólogo callejero ambulante". Esto es: vendiendo puerta a puerta repuestos para la "depresión". Su grito de guerra laboral era: "se arregla la de-presión" Es decir, vendía gomas, tapones de caucho, tapas, pitos, recambios en general para reparar las ollas "express" u "ollas a presión". Que es así como le dicen las abuelas y madres entrañables y pueblerinas -como la mía- a tan funcional artefacto doméstico para la cocción del sancocho, sopas y otros alimentos en estos tiempos de poca calma, pocas nueces y más bien demasiadas prisas y ruido.

Muchas personas ingenuas (y un poco estúpidas, todo hay que decirlo) o críticos musicales hiper-esnobs que se las dan de muy cultos y son incapaces de escuchar algo por debajo del umbral de Häendel o Wagner, so riesgo de que se le estallen los tímpanos de su egregio pedigrí musical, coinciden en afirmar que el chucu-chucu es un ritmo horroroso más propio de sociedades mestizas (con prevalencia del gen muisca-taíno), de gentes provincianas, borrachosas y pendencieras. En suma, de pueblos agrestes, montañeros o polvorientos..., ¡pero se equivocan también! Aunque no por esto dejan de tener mucha razón. Ya, ya, ya... sé que en lo anterior hay un aire contradictorio: pero nacer con tanta dificultad, habitar un mundo injusto y miserable, para morir de manera tan decrépita y efímera en el mejor de los casos, ya es de por si bastante contradictorio y nadie dice nada y se asume sin mayor dificultad... ¡Como si nada! No veo por qué yo, simple cronista de lo cotidiano, tenga que mantener una coherencia infalible que se manifiesta imposible en el propio orden de la naturaleza.

El Chucu-chucu, desde un punto de vista epistemológico, no es sólo un ritmo, ni un género musical, ni un baile sandunguero guapachoso y sabrosón. ¡Es mucho más que eso! No sólo es un ritmo pandémico en ciertas zonas del norte de Sur América, Centro América y el Caribe colombo venezolano. No es un asunto de vida o muerte. ¡“Es algo más que eso”! Y lo repito, tal como lo diría Bill Shankly. Incluso hay documentos fidedignos (en concreto un documental de Discovery producido por Jimmy Salcedo y “el culebro Casanova” Q.E.P.D) que prueban que en una sesión de espiritismo practicada en un lupanar de Maicao (Guajira colombiana) se invocó el espíritu de Gustav Mahler, -quien según dicen los esotéricos sonoros se reencarnó en el incomprendido “Gustavo el loco Quintero”- y también invocaron a Schubert, para preguntarles su opinión acerca del chucu-chucu. Ambos genios de la música clásica se revelaron de forma nítida a todos los presentes y coincidieron en afirmar que: "el impresionante despliegue de armonías disonantes y poderosa versatilidad cromática emotiva de la base melódica de un chucu-chucu cualquiera, no estaban por debajo -en absoluto- en calidad lírica ni influencia interpretativa con la más lograda de las obras de ellos mismos, Bach, Mozart o incluso The Smiths o Los Chemical Brothers” Sic. Por desgracia, la médium de la etnia Wayú de nombre Amaranta-shakirayú, que servía de conexión con las ánimas de estos genios clásicos, no volvió a establecer contacto con ellos debido a un desafortunado cambio en el proveedor de los cogollos de marihuana que fumaba y repartía durante los rituales.

“En el principio Dios creó a Pastor López” (Libro sagrado del Chucu-chucu; Cap. 1, Versículo 1)

Todos sabemos que los pioneros nacionales del género tropical-bailable fueron Lucho Bermúdez y Pacho Galán con sus orquestas en las década de los cincuentas. Pero como fenómeno superventas y comercial hay que hablar de los venezolanos. Si, señoras, y señoritos, porque para hablar de chucu-chucu de manera medianamente sensata y con cierto rigor, es imposible obviar la descomunal presencia (a pesar de sus escasos 1.62 metros de estatura) del "indio” Pastor López. “El indio” Pastor López es al chucu chucu y la música popular bailable andino / caribeña lo que Elvis... (Crespo) es al merengue dominicano. Y ya hablando en serio, más o menos igual a lo que puede ser Elvis... Presley al rock and roll y al consumo masivo de anfetaminas. O sea algo así como el rey. O lo que Gardel es al tango. O lo que Abbot a Costello... lo que Phineas a Ferb... Sherlock Holmes a Watson... Lo que Iván a sus Ban-Ban... Charlie a sus Ángeles... y así con símiles absurdos podríamos seguir hasta el infinito.

En fin, que el indio Pastor era su gran ícono: el más comercial y popular. Una especie de profeta guapachoso y el más grande difusor que haya conocido tan singular ritmo en su corta, sudorosa pero intensa y pegajosa época de esplendor. Pastor López y otros célebres gañanes de su calaña musical y personal, fueron en gran parte culpables con sus sabrosonas canciones bailables de la explosión demográfica que sufrió Venezuela, Colombia, Ecuador, parte de México, Centro América y Perú durante finales de los sesentas, los setentas y parte de los ochentas.

Mediados de los ochentas... ¡Agghhh! ¡Época infausta para la moda, peinados y maquillaje, y para la historia del chucu-chucu también! Fue justamente en esos años aciagos cuando este ritmo tropical -al igual que la especie humana- entró en una lenta pero inexorable decadencia moral y creativa en la que desafortunadamente el indio Pastor (y el chucu-chucu en general) perdió su maravilloso reinado. Cetro que pasó a ser dominado en las pistas de baile tropical por el pegajoso y lujurioso merengue dominicano popularizado por el rey midas del plagio musical: Lord Wilfrido Vargas. También perdió su hegemonía a manos de la salsa “romántica” con olor a fluidos seminales y vaginales amorosos entre las sábanas y a ambientador dulzón de motel del tipo Lalo Rodríguez, Eddy Santiago o Frankie Ruíz. “Quiero llenarte, llenarte toda, que aprendas del amor mil cosas nuevas” “Devórame otra vez...”, etc.

Volviendo a la época dorada del chucu chucu, (entre 1965 y 1984) las parejas de noviciecitos inmaduros, reprimidos, portadores de una nula educación sexual y muy inexpertos en la vida en general que aisistian a los ágapes bailables en “clubes campestres”, las "casetas, grilles y bailaderos", o discotecas urbanas de medio pelo en las inmediaciones de las más concurridas universidades, desde “Juanchito” en Cali, pasando por los calenturientos pueblos del Tolima grande, el viejo Caldas..., Chapinero y la Calle 19 en Bogotá, Medellín, Barranquilla, Bucaramanga, Cúcuta, Cartagena y el resto del territorio nacional; sucedía entonces, que estas tiernas y babosas parejitas que solían mantener su cortejo pre amoroso con el baile como pretexto, tras ingerir dosis considerables de aguardiente barato y cerveza no menos lamentable, y después de rozar sus genitales (por encima de la ropa) durante tres horas bailando "el ritmo paseaito-restregado" con canciones de sensibilidad casi metafísica como: "siempre que yo voy a un baile me busco una saporrita / siempre que yo voy a un baile me consigo una gordita..." o "esta noche tengo ganas de bailar / y de ponerle a mi negra serenata / con mis amigos yo me voy presentar / para ponerle en mi puerta una cumbiamba... ¡amaneciendo, amaneciendo... que preparen un sancocho y maten cuatro gallinas!”. Sin duda, líricas de profundo valor socio-antropológico, donde se transparentaba la esencia de la cultura guapachosa, patriarcal, irresponsable y evasiva en que nos hemos criado.

Eso si, la fiesta y la pista de baile que se armaba en cualquier sitio y con cualquier anodina excusa, se llenaba de gente: de parejitas meneando las caderas abrazaditos y bailando “en una sola baldosa”. Al son de melodías parranderas interpretadas por luminarias del acetato como: “Nelson y sus Estrellas”, “Nelson Henríquez y su Combo”, “Los Graduados”, “Los Hispanos”, "el loco Gustavo Quintero" * (* el más friki de todos, ¡mi ídolo personal! casi a la par que Tom Waits o Ray Charles... en serio...). También el príncipe del “paseaito” Rodolfo Aicardi, Lisandro Meza, Armando y Hernán Hernández. Como no, “Los Blanco”, “La Billo's Caracas Boys” “Los Melódicos”, “El Combo de Las Estrellas”..., pero sobre todo y por encima de todos “el indio Pastor López”... “Sólo un cigarro me acompaña cuando tú tardas en llegar...”.

Tras una noche de interminable sobeteo danzarín, con sus cuerpos casi fusionados, galvanizados por el sudor, el perfume barato y el ritmo pegajoso, las jóvenes parejitas solían terminar en cualquier motel de mala muerte, o potrero aledaño. Concibiendo con enorme torpeza y no menos entusiasmo irresponsable, en plena euforia alcohólico-bailadora, a las futuras criaturas que precipitaban luego unos matrimonios precoces, casi abruptos; y terminaban pocos meses después, con el nacimiento de nuestros hermanos mayores (o el nuestro propio) si son ustedes gente que anda entre los 26 y los cuarenta y cinco años más o menos. En las ciudades grandes era lo mismo, aunque quizás dependiendo del nivel social de los incautos inseminadores y las frágiles damiselas, podía haber más o menos caché en el momento y locaciones del apareamiento.

En esa época, -y estoy hablando de finales de los sesentas hasta mediados de los ochentas-, Medellín se convirtió en una especie de Nashville. Si, ya sé que estoy exagerando un poco con la comparación, pero si se convirtió en una copia tropical de lo que fue "Nashville" para el origen del rock and roll y el country en USA. O quizás en un símil de lo que fue Detroit con el sello “Motown” a la cabeza en los sesentas para el influyente sonido negro, soul, blues y rithym and blues para los americanos. Medellín era la Meca junto a Caracas, desde donde se surtía de chucu-chucu, de ritmo “cumbiambero paseaito” a media América latina y a la naciente colonia de nuestros expatriados escupidos por este ancestral “sistema de bienestar” y justicia social en el que siempre hemos vivido. Eran los pioneros del desarraigo, los emigrantes de primera generación que se empezaron a marchar hace cuarenta años y cuya sangría a día de hoy parece no tener fin. Paisanos que se concentraron de forma mayoritaria en el Bronx y Queens neoyorquino multirracial; también en toda la península de la Florida. Obviamente, Pastor López y sus secuaces del ritmo iban allí a darles un poquito de ilusión y acercarlos de alguna manera a su tierra lejana atrasada e ingrata como lo era nuestra patria en los sesentas; y como gracias a Dios y a nuestra falta de cohesión social y profundo canibalismo fratricida lo seguirá siendo forever jamás. “Me inspiré con amor para cantarle a Colombia y a Nueva York” decía el indio Pastor en claro homenaje a los “emigrantes latinos perdidos en la lejanía”.

La disquera criolla "Discos Fuentes" reunía a toda la pléyade de artistas y cantantes que destacaban poderosamente por su enorme carencia de atractivo físico, por una belleza más bien inexistente y más cercana al esperpento, que lograban compensar con unas voces muy efectivas y resultonas para poner a bailar a la gente y hacerlos olvidar de las múltiples miserias, injusticias, y corrupciones institucionales diarias. ¡Y vaya que si lo lograban! Con sus combos y orquestas mandaban en todas las emisoras y festejos del norte de Sur América y buena parte de la América Central y del Caribe. Más la creciente colonia de precoces “emigrantes latinos perdidos en la lejanía”, como hemos explicado anteriormente. El poder del chucu-chucu en New york, en las colonias latinas, sólo era superado por la descomunal fuerza que cogió la salsa de origen cubano y puertorriqueño en los setentas, ritmo que por cierto me encanta. Pero la cumbia se abría paso por los laditos en el cancionero popular latinoaméricano. “Hoy enredé a tú balcón una soberbia esperanza / con la esperanza de verla prendida en tu pelo mañana en la plaza / Ayyy... la cinta verde, la rosa roja...”.

Entre los discos (vinilos por aquellos tiempos) más vendidos del año siempre se colaban “el indio” Pastor López, Los Hispanos, la Billo's, Lisandro Meza, “Los Corraleros de Majagual”, “Los Melódicos”, etc. De hecho había un recopilatorio que reunía todos los “singles” más destacados del año de los artistas del sello “Fuentes” y se llamaba “14 Cañonazos Bailables” cuando aún no estaba inundado por vallenatos insulsos y edulcolorados de los de ahora, cuya portada solía ser una morena voluptuosa ligera de ropa y con afro en ambos sitios... ¡Que me parta un rayo si cualquier colombiano mayor de 25 años no ha tenido un jodido disco de esos durante su infancia en casa! Nunca Colombia y Venezuela estuvieron tan unidas como cuando unos engendros casi analfabetos de ambos lados de la frontera, enfrente de un micrófono y un puñado de músicos parranderos vagos que intentaban sacarles notas a unos instrumentos modestos sin mayores pretensiones, elevaron la música popular bailable a la cumbre de su saturación hasta incluso llegar a morir de éxito. Todo esto lo digo desde el cariño obviamente. Y conste que aprendí a bailar con chucu-chucu de fondo y me sé todas esas jodidas letras de memoria de tanto escucharlas cada fin de año durante toda mi infancia. Estoy seguro que si Pastor López, el loco Quintero, Rodolfo Aicardi o “Los Corraleros de Majagual” hubiesen nacido en Nashville, hoy serían conocidos en todo el mundo al igual que Elvis... (Presley) o Jhonny Cash.

El big ban del chucu-chucu (teoría de las cuerdas)

El chucu-chucu, al igual que Dios, no tiene causa. Es decir, este ritmo, como lo es el altísimo para los creyentes... ¡es su propia causa! Esto según la vertiente mística, claro. Porque de acuerdo con las teorías más científicas se ve que a finales de los sesentas el universo musical guapachoso nacional se expandió, luego se comprimió de manera tan violenta y brutal que toda la materia oscura que reinaba alrededor melódico-bailable en forma de ritmos foráneos como el son cubano, el mambo, el bolero, la naciente salsa neoyorquina, el tango, rancheras mexicanas y demás melodías y ritmos con las que el pueblo andino tropical caribeño solía amenizar sus fiestas y verbenas, de repente se comprimió tanto por saturación, que entre eso y las espantosas cantidades de ácido, LSD, hongos, cannabis y demás alucinógenos que solían consumirse en los nacientes circuitos más rockeros y underground..., entre una cosa y otra, (porque todo se copia y se contagia en esta vida) unos iluminados jóvenes venezolanos (¡qué tristeza!, ni para crear nuestros propios ritmos populares identitarios tenemos visión empresarial global) les dio por meter todo esto en una coctelera sonora, copiar y mejorar los ritmos autóctonos colombianos: y así con trozos diluidos de son montuno cubano, con gotitas de guaracha borinqueña, con arreglos de salsa neoyorquina y merengue, con arpegios de vallenatos colombianos. Y con el estilo lacrimógeno en las letras del melodrama del bolero, el tango y la ranchera, todo esto sobre una base melódica de auténtica cumbia colombiana ¡nació ese jacarandoso ritmo con el que buena parte de gente zarrapastrosa como yo, otra medio culta y alguna muy culta ha aprendido (sin matices ni distinciones de clases ni razas) a bailar. ¡Yo el primero!

De hecho, se siguen celebrando las fiestas decembrinas, las vacaciones del caluroso verano en el mes de enero y reuniones familiares más íntimas sin el más mínimo pudor ni remordimiento y más bien exagerada nostalgia. Siempre con la infaltable presencia de una buena dosis de chucu-chucu. “Unas son de cal, otras son de arena / pero como tú no hay mujercita buena...”.

El chucu-chucu consideraciones técnicas (sólo para músicos profesionales)

Básicamente la esencia musical de cualquier canción de chucu-chucu es -salvo ligeros matices y mínimas variaciones- la siguiente: un intro de dos trompetas un trombón, y muy de vez en cuando clarinete y saxofón. Unas notas básicas de piano para resaltar los sagrados tres o cuatro cambios de ritmo que se producen durante los tres minutos y pico de grabación estándar. El piano de cola que se utilizó en los sesentas, fue remplazado muy pronto por un órgano Yamaha (de los baratos). Como decorado ambiente durante toda la pieza también va un poco de percusión caribeña de fondo. La onomatopeya (chucu-chucu) que le da el nombre, surge de un incesante carraspeo... chzzq, chzzq, chzzq.... que le confiere a todas las piezas musicales -sin excepción- la interpretación compulsiva de dos instrumentos básicos que sustentan todo el sonsonete de la creación musical: el platillo de la batería golpeado con vehemencia Taína infatigable (tsszz, tsszz, tsszz) y "la guacharaca" o carrasca, casi siempre tocada tocada por el vocalista que por lo general no tiene ni puta idea de música, ni mucho menos toca instrumento alguno. La guacharaca que -para los no iniciados- podemos explicarla como un cilindro metálico en forma de botella con muchas hendiduras, que al rascarlo con una especie de peine con pinchos de alambre produce el ruido (chucu-chucu-chucu-chucu-chucu). Esto mezclado con los platillos (tszz-tsszz-tsszz) unido al estridente intro de trompetas -y su providencial retorno- cada vez que se hace el inevitable coro de un estribillo machacón que se sucede, tras cada austera y melodramática estrofa, esto más o menos... bien matizado con algunos solos muy breves y puntuales de piano (órgano Yamaha de los baratos) y el cálido estruendo de una percusión con batería simple a base de dos timbales, dos platillos que no cesan de sonar, una campana, un cencerro y un par de congas, nos da como resultado... ¡cha cha cha chaan...! Pues si, eso, el género musical bailable por antonomasia, el más industrialmente autóctono, una especie de Frankenstein sonoro caribeño, el más bailado por la población andino caribeña desde hace más de cuarenta y cinco años... El popular y sin igual cchtzzzzqz - cchtzzzqz, o hablando en cristiano chucu-chucu a secas.

El chucu-chucu nos acompaña al igual que el sarampión, la gastroenteritis, “el miedo al coco”, los mocos perennes, el miedo a la oscuridad, las paperas o la masturbacion furtiva juvenil-infantil durante casi toda nuestra infancia. Muy en especial durante las fiestas de fin de año, “paseos a tierra caliente” generalmente a la orilla del mar o algún caudaloso río, y sus respectivas reuniones familiares. En esos infaltables paseos o vacaciones en tierra caliente donde básicamente los adultos se dedicaban a bailar e hincharse a comida y trago, discutir por estupideces y rencores familiares de hace veinte años, mientras los niños, gracias a este “maduro caos adulto” y relajación en las normas habituales, eramos más libres que el viento: podíamos hacer todas las marranadas que en circunstancias normales nos estaban vetadas... siendo este el marco conceptual arquetípico... ¡Cómo no vamos a recordar con cariño semejante banda sonora!

Por desgracia la gente crece, madura (algunos incluso se pudren de amargura siendo aún muy jóvenes), se hace mayor y se vuelve ingrata: pierden el sentido del humor, niegan el chucu-chucu y se avergüenzan de él. De la misma forma que alguien muy presumido y materialista se avergüenza de una abuela pobre, un lunar con pelos en la mejilla, una suela del zapato con un inoportuno agujero, una primera cita íntima inesperada ¡sin depilarse ese animal!... o una tos griposa repentina entre un concurrido y silencioso auditorio cuando se nos atraviesa una gran flema de ecos cavernosos que retumban en todos los rincones, sin ninguna posibilidad de poder esculpirla.

Así es amigos y amigas, es cruel aceptarlo pero hay mucha gente por ahí que adictos a Vampire Weekend, (me gustan) Arcade Fire (sobrevalorados) o Lady Gaga (esperpéntica y musicalmente lamentable) reniegan de su tierno pasado infantil chucu-chuquero. ¡Yo no! Yo lo vivo con dignidad.

Yo no me avergüenzo del chucu-chucu y del pasado biográfico sonoro que me une a este concupiscente y omnipresente ritmo. Ritmo que con el paso del tiempo terminó desplazado sólo al mes de diciembre, aunque se resiste a morir. Da igual que me vaya al fin del mundo y no regrese jamás tras mis pasos tropicales, aún así ¡mi infancia seguirá siendo colombiana! Y ya saben, como otras veces les he dicho aquí, mi infancia es mi única patria. Las fronteras, el patrioterismo, los himnos y las banderas se las dejo a los fanáticos.

Mi infancia está impregnada de manera involuntaria de esa música tropical ultra ligera... sandunguera... ¡guapachosa! Eso no lo puedo cambiar. La escena “indie”, el rock clásico y la música culta la vine a conocer y disfrutar siendo un adulto veinteañero. Cada vez que se acerque la época decembrina mi corazón de perro de verbena ladrará al ritmo de los timbales, congas, trompetas y platillos del saleroso “loco Quintero” o del indio Pastor. “Lucerito porque ha perdido sus raros encantos en la tierra / y allá muy lejos se escucha su llanto...”.

Soy un apasionado y entusiasta de la música en general, pero por desgracia demasiado ignorante en materia musical para lo que yo quisiera, aunque le haya dedicado buena parte de mi tiempo libre a escuchar todo lo que se me pone enfrente sin prejuicios. Espero vivir lo suficiente para conocer al menos el diez por ciento de la música del mundo que me interesa. Obviamente no sólo la del tiempo que me tocó vivir a mi. Amar como yo amo la música de Brahms, Schubert, Mozart, Mahler, The Kinks, The Clash, Goran Bregović, The Animals, Waits, The Beatles, Los Rolling Stones..., Billie Holiday, Johnny Cash, Nick Cave... Piazzolla, José Alfredo Jiménez, Gardel, Ismael Rivera, Lavoe, o tantos otros artistas "cultos" o "de culto", undergrounds o populares... no compite, ni es incompatible en absoluto, con tenerle cariño a la música que sonaba en las fiestas y navidades de la época en que me crié y fui un niño inocente con las ilusiones aún por estrenar.

El esnobismo sentimental con restrospectiva me parece lamentable. El peor de todos. La música no tiene la culpa de que nosotros maduremos, es un bien y un regalo universal al alcance de cualquiera. Hasta a la canción en apariencia más superficial, anodina o simplona de mi banda sonora existencial he aprendido a encontrarle un motivo para reír, divertirme, burlarme de mi propia infancia o asociar con un momento bonito o agradable. Ahí queda este pequeño homenaje al denostado chucu-chucu. Bueno una cosa más he de decirles, la ultima..., una nada más...

Adiós.

Todo lo anteriormente escrito es producto de mi deficiente riego sanguíneo cerebral, cualquier parecido con la ficción es pura realidad. Por respeto a los protagonistas de este artículo, los verdaderos nombres se han dejado intactos. Para cualquier demanda o pleito entenderse con el Loco Quintero. A mi que me esculquen.

Fuente: Cosmogonía y mística del chucu-chucu (Breve historia), por Oscar Trujillo Marín en www.eltiempo.com, 30 de noviembre de 2010.
Lunes, 19 de octubre de 2020.

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